Rutinas

24 Abr

Todos tenemos claras nuestras rutinas, esa costumbre de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas. Yo tengo las mías, me levanto a las 6, me pongo el traje, la corbata, me tomo un café mientras repaso los titulares en internet y localizo en la televisión imágenes de baloncesto, habitualmente son partidos de la NBA por el horario y veo un rato antes de salir hacia el trabajo.

Ayer por la mañana no había NBA, tocaba la repetición del partido del domingo de la Liga Endesa: el Unicaja-Regal FC. Barcelona de infausto recuerdo… otro más. No sé dónde está el punto de inflexión de este equipo. Hasta dónde puede caer. La situación es la que todos conocemos, pero busco y no recuerdo otra parecida, y créanme, he visto pasar algunas.

Soy abonado al baloncesto en Málaga desde la temporada 1979/1980 en Tiro de Pichón. Es más, recuerdo haber visto algún partido en Ciudad Jardín previo al cierre por inundarse. He visto ascensos, descensos, la emoción porque vinieran Jugoplastika o Maccabi a jugar amistosos, la Copa Korac, la temporada 1987/1988, teniendo que esperar al play off de descenso para ver ganar al equipo un partido en casa, tuve abonos de Caja de Ronda y Mayoral cuando convivieron en la primera categoría y he asistido a lo bueno y lo malo que el primer club de nuestra ciudad nos ha dado.

El baloncesto es parte de mi vida. A mi padre le gustaba, yo jugué, mis hijos juegan y a mi mujer la conocí gracias a nuestro deporte. Sólo en una ocasión abandoné un partido, fue en 1992, un Mayoral Maristas-CAI Zaragoza en el que una trifulca entre Dyron Nix y Fernando Arcega provocó una atronadora ovación hacia el americano que había agredido al aragonés. Lo entendí como un espectáculo muy alejado de lo que a mí me gustaba y me marché de Ciudad Jardín muy cabreado.

Pensaba que ahí estaba mi listón, mi nivel de aguante, pero el domingo claramente quedó superado. Hay partidos que soportas porque te gusta mucho tal o cual jugador, porque el equipo que viene juega perfectamente la transición o simplemente porque cuando se termina te tomas una cerveza con los amigos. Pero anteayer no valía nada de eso. Si aguanté fue por el compromiso con COPE/Rock FM para la retransmisión del encuentro, pero desde el momento del 2-10, huir dejaba de ser un acto de cobardía y pasaba a ser un ejercicio de salud mental.

Es tan complicado ver algo salvable, sacar algo en claro que merezca la pena es una de las tareas que tendría que cumplir un nuevo Hércules. En esta época en la que estamos conviviendo y peleando con tanta mala noticia, cualquier gesto, por mínimo que fuera, sería de agradecer. Pensar que, en el incidente del Rey Juan Carlos en Bostwana, para algunos ha valido una disculpa en plan niño que se ha cargado el jarrón de un pelotazo para calmar ánimos, me planteo si la caída hubiera sido tan pronunciada si de entrada se hubiera asumido por el grupo la responsabilidad de cada cual.

Lo que más me entristece de todo es pensar que antes, en la infausta temporada 1987/1988, aún prescindiendo del presupuesto manejado, estábamos cabreados, veíamos que el equipo peleaba pero no estaba mínimamente capacitado para luchar en esa competición. Ahora, se hace bueno el refrán de que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Hay talento desperdiciado, mala gestión de las dificultades…

Este desastre actual podría resultar una oportunidad única para redefinir qué se quiere hacer, qué modelo de club es el que necesitamos tener para poder sacar un mínimo de provecho de todo esto. Hay momentos en los que desearía alterar las rutinas, sobre todo para no empezar una mañana con el ánimo por los suelos, pero sería necesario que cambiaran muchas cosas, o simplemente que alguien pidiera perdón o hiciera bien su trabajo, aunque siga teniendo la esperanza de que el baloncesto se reconcilie conmigo. El baloncesto, no el equipo.

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