Hoy La Legión cumple 100 años. No recuerdo el día que conocí a La Legión, igual que no recuerdo el día que conocí a mis padres.
Existo por avatares legionarios. Mi padre volvió del Sáhara con todos sus compañeros y recaló en Melilla. Entonces era teniente y pasó a las órdenes del que sería mi abuelo, en aquella época teniente coronel.
Los primeros recuerdos de mi vida son Legión. El verde legionario es el color de mi niñez y las canciones del Tercio la banda sonora con la que crecí. De niño pensaba que la disciplina y el compañerismo eran características de la sociedad en general. Los sábados legionarios eran un evento muy habitual que todavía hoy me emociona. La leche de pantera siempre fue para mis oídos como la cerveza o el vino. En el Tercio donde pasé mis primeros años de vida, no recuerdo por qué, había un zoo con ciervos, zorros y unos monos que se llamaban Ricardo y Chita que a veces deambulaban sueltos. No eran unos monitos, eran unos monos grandes y fuertes. Hoy no me acercaría a ellos, a medida que he pasado años lejos de los guiones y banderines, me he vuelto más cobarde.
No era consciente de vivir entre los samuráis de occidente ni de lo mucho que estaba aprendiendo de ellos. Siempre bien tratado por los Caballeros Legionarios que, si bien muchos eran hombres rudos, mostraban siempre respeto y cariño a las familias de La Legión. Esto es algo que se puede comprobar hoy en día. La Legión cuida a los suyos, y tiene por suyos a todo el que de algún modo la trata.
El Credo Legionario es uno de los códigos de conducta más fascinantes que se puede leer. Con un claro paralelismo en el Bushido, el fundador de La Legión, José Millán-Astray era un ferviente lector del código samurai, también tiene claras influencias de fuentes más occidentales, como los códigos de caballería, los de las órdenes militares españolas y, por supuesto, los Tercios de Flandes.
Por la casa de mi padre siempre han pasado legionarios y he visto el cariño y el respeto que se muestran entre ellos. Recuerdo el funeral de mi abuelo hace 7 años, donde ya recogidos en la más absoluta intimidad, unos pocos de sus amigos legionarios cantaron el Novio de la Muerte. Eran los últimos supervivientes de su generación, pero acudieron a despedir a uno de los suyos, con sus ritos y homenajes. Creo que mi abuelo es el oficial de carrera que más años ha estado en La Legión, y si no lo es, pocos le superarán. Mi padre dedica hoy gran parte de su vida a legionarios con menos suerte que él. Y sé que es algo muy frecuente. Es su credo.
Ya adulto he sido consciente de la suerte de crecer en la mística y los códigos de una unidad única en el mundo, del privilegio de ser hijo y nieto de legionarios, quisiera haberme empapado más de todos ellos, porque para los tiempos que corren, su código es un refugio, es el fuego que te calienta en el frío del relativismo, por malo que sea el día, si me cruzo con un legionario, siempre asoma una sonrisa. Por mal que estén las cosas en determinadas épocas, me reconforta saber que existe un lugar donde el honor, la amistad, el sacrificio, la entrega absoluta y desinteresada son la norma, ese lugar son los cuarteles de La Legión.
Hoy celebramos 100 años de una entrega incondicional, de una historia romántica estupenda, porque son novios de la muerte, pero ese noviazgo surge de un amor superior, el que profesan a su bandera.
Por tanto se cumplen hoy 100 años del nacimiento La Legión, pero es un aniversario que nos incumbe a todos, porque es el aniversario de un romance maravilloso: el de La Legión y España.