Roma en la vega de Antequera
La comarca malagueña concentra la mayor densidad de núcleos urbanos del periodo romano del país. Ciudades, villas, fábricas de aceite, necrópolis, termas y fabulosos esculturas concentradas en un radio de menos de 30 kilómetros
LUCAS MARTÍN
Versos de Virgilio decorando las habitaciones. Un muchacho de bronce encerrado en una alacena durante décadas. Esculturas que se confundían con los muertos. Un circo sepultado. Vasijas, mosaicos, antiguas presas de aceite. En la vega de Antequera, Roma se invoca por mucho más que la nebulosa que casi siempre se ata a los topónimos. No hace falta siquiera la literatura, o al menos, la que normalmente se utiliza en el juego desventajado que consiste en sustituir con palabras a los testimonios materiales, a su memoria arrasada.
Pocos entornos europeos pueden presumir de haber hecho emerger tanta y tan lujosa colección de riquezas del periodo. Especialmente, en los últimos treinta años, cuando a cada obra realizada en la zona, incluida las de largo recorrido, como el AVE, correspondía un mundo emergente surgido del pasado. Villas suntuarias, centros de producción oleícola, edificios públicos. Un entramado repleto de evidencias, que apenas precisa de ponderaciones académicas para justificar su importancia.
La ingente cantidad de yacimientos con los que cuenta la comarca no responde a circunstancias especiales de conservación; es un reflejo, aunque todavía imperfecto e inacabado, de lo que significó Antequera y sus alrededores para la imponente zona bética del imperio romano. En este punto, los historiadores coinciden. Y alaban la elevada concentración de núcleos urbanos, que abate todo intento de comparación con el resto de España. Ciudades, fábricas, mansiones. En un radio de poco más de 28 kilómetros. Ruinas y piezas que hablan de poder, de cenas con tertulia literaria, de espectáculos de masas.
Manuel Romero, arqueólogo municipal de Antequera, enumera las razones que explican el esplendor de la vega, que no son muy distintas de las que orientan su economía actualmente: la aceituna, las comunicaciones. Antequera funcionaba como una especie de autopista de la antigüedad. Y, además, en más de un sentido.
Enlazando con Córdoba, sirviendo de eje entre el interior y la playa. Un paso estratégico acompañado de poderosos argumentos naturales, de una fertilidad que, a partir del siglo I, empezaría a corporeizarse en torno al aceite. La especialista Pilar Corrales asegura que, durante varias centurias, no había ningún batallón remoto, ningún campamento colonial, al que no llegaran ánforas de la zona. Con un respaldo adicional de contenido filosófico, procedente de la visión de Augusto, que volvió a establecer la medida del hombre en función de su contacto con la tierra, lo que automáticamente hizo de la agricultura una actividad reputada. Algo especialmente relevante para una sociedad como la romana, tan pendiente de la aristocracia expansiva, la de los objetos de lujo y las costumbres sofisticadas.
La riqueza de la comarca mantiene una coherencia difícilmente emulable. Las mismas aceitunas que dieron lustre a la vieja Roma forman parte del repertorio de Hojiblanca, según advirtieron los estudios de los investigadores agrónomos. De hecho, las espectaculares villas descubiertas en el entorno eran también centros de producción oleícola. Caseríos como el de Silverio o La Estación donde se trabajaban los frutos del campo y que al mismo tiempo servían de manifiesto opulento a la orgullosa oligarquía antequerana. Gente que, como recuerda Corrales, no soportaba perder pie respecto al corazón del imperio, que se sacudía con todo tipo de lujos y de inversiones frívolas el complejo provinciano. En las mansiones de La Vega se exhibían los mejores tapices, se recitaba a los autores de moda, se bebía el vino más celebrado. El muchacho de bronce, el Efebo, actualmente exhibido en el Museo Arqueológico Nacional, formaba parte de la decoración, lo que da buena cuenta de la pompa con la que se revestía la vida ciudadana. Un patrimonio que no pasaría desapercibido para los grandes señores del Renacimiento, que en su afán por rememorar la cultura clásica, juntaron muchas de las piezas en uno de los monumentos más singulares de Antequera, el Arco de los Gigantes, compuesto en su mayoría por obras de factura del mundo romano.
La Pieza del Museo de Málaga
El mosaico del río Tíber, localizado en la villa Caserío Silverio, ejemplifica el grado de evolución cultural de la nobleza antequerana, que, lejos de permanecer al margen de las modas de la capital, trataba siempre de figurar a la vanguardia. La mención al célebre decurso fluvial es muy infrecuente en la Península. Y más acompañado de inscripciones como las que presenta: un fragmento de Las Geórgicas, obra rural y entonces menos conocida del poeta Virgilio. La pieza representa un motivo alegórico recogido en el texto, que hace mención a los intentos de Aristeo de recuperar sus abejas y de ser perdonado tras la muerte de Eurídice y Orfeo. Sin duda, un conjunto excepcional, felizmente recuperado y expuesto al público en la colección del museo municipal de Antequera.
La fama de los tesoros de Antequera, aunque en un formato mucho más intuitivo y pobre, ya estaba presente en el siglo XVI. Incluso había constancia de la existencia de Singilia Barba, la ciudad abandonada de la comarca, que llegó a alcanzar el estatuto de municipio. Y con una intensa vida pública que corroboran sus riquezas, muchas de ellas todavía inhumadas. Un antigua alfarería, el foro. Y hasta dos construcciones no demasiado comunes: un circo y un teatro que, de acuerdo con los cálculos e los especialistas, podría contar con un graderío para más de 2.000 espectadores.
La secuencia romana de la vega de Antequera se completa con monumentos como las termas de Alameda. Piezas valiosísimas, cabezas de esculturas, necrópolis; algunos hallados a raíz de inscripciones epigráficas. Otras por pura casualidad, golpeando el suelo para hacer apartamentos, como ocurre con la antigua Antikaria. Una ciudad con límites difíciles de acotar, que subyace a la urbe contemporánea. Pilar Corrales alude a todo lo que queda por descubrir. La comarca entera es un libro escrito en latín con numerosas páginas aún por recomponer. Y la prueba está en los terrenos de la estación de Bobadilla, que han proporcionado grandes cantidades de materiales.
El Efebo, que pertenecía a una de las villas, fue encontrado en los años cincuenta en la finca Las Piletas, donde estaba enterrado. Seguramente para garantizar su protección durante algún tipo de huida, de salida involuntaria. Habla Miguel Sabastro, de la empresa arqueológica Nerea: « La puesta en valor de los distintos yacimientos de primer nivel que jalonan toda la Vega, desde el Ninfeo Romano Carnicería de los Moros hasta la próspera ciudad de Singilia Barba, pasando por la multitud de villas olearias que ocupan todo el paisaje y que hicieron de esta zona una de las provincias más prósperas del Imperio Romano, es una excepcional oportunidad de cara al futuro». Que Antequera sepa aprovecharla.
Singilia Barba: una ciudad con futuro y pasado romano
Es difícil calibrar su verdadero tamaño. Fantasear con el efecto visual que causarían todos sus edificios en pie; una panorámica gobernada por los restos del foro, por un circo, por un teatro. Singilia Barba fue durante muchas décadas una ciudad olvidada, pero precisamente ese olvido, el abandono, ahora hace que su recuperación, aunque costosa, no suene del todo a milagro. Buena parte de sus piezas, de sus estructuras, se conservan intactas. Aunque, eso sí, hundidas en la tierra, lo que obliga a extremar el cuidado en cualquier campaña. Se necesita un plan técnico e integral antes de actuar, probablemente con recursos combinados entre las administraciones. Más dificultad física plantea la ampliación del patrimonio de Antequera, que, a diferencia de Singilia Barba, nunca ha tenido siglos de paréntesis, sin presión urbanística a sus espaldas. Según los cálculos de Manuel Romero, arqueólogo responsable de la ciudad, las excavaciones apenas han sacado a la luz el 15 por ciento de las riquezas que se prevén en el territorio. En penumbra permanecen seguramente piezas sorprendentes, algunas con un valor que, más allá de su vistosidad, tiene que ver con el conocimiento del periodo. «Estamos hablando de una riqueza cultural y de un patrimonio que nada más que referido a esta época tiene numerosas posibilidades», razona Pilar Corrales.
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