40 años… ¿y ahora?

20 Jun
En este edificio se juega el futuro democrático de España

 

España ha cumplido cuarenta años en democracia. El aniversario marca un hito en la convulsa historia patria, que no termina de sosegarse. El edificio de la libertad tiene grietas apreciables

En medio de la ya notoria moción de censura de Podemos al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se ha celebrado la fecha del 15 de junio de 1977, cuando los españoles estrenaron urnas de votación, tras cuatro décadas sin saber qué era ese cónclave ciudadano. Se aprendió rápido, pero no se cayó en cuenta que aquel era sólo el primer episodio de una larga cadena de reajustes, que aún no han terminado, y que parecen haber olvidado los altos dirigentes de este peculiar ruedo ibérico. El mundo todo ya no es el mismo. La geopolítica ha alterado el pulso del planeta. La economía globalizada marca el paso. Las ideologías se disfrazan de populismo, que va de izquierda a derecha con el mismo desparpajo. La guerra, asimétrica y santa, yihadista está en las calles de Europa y medio planeta. España tampoco es la misma de entonces. En aquel año, la caspa franquista aún sembraba los hombros de la nación. La transición marcó el traslado desde un régimen a una democracia buena para todos. El que desaparecía marcaba ese tránsito. Un harakiri pactado, que recuperó la monarquía parlamentaria creando un Estado con diecisiete mini-Estados adyacentes. Todo por la descentralización y la convergencia de las Españas. Hoy, ese sistema de 17 países que conforman uno no funciona nada bien. Algunos analistas lo denominan ‘el carajal de las Autonomías’. Se ha traslado la centralidad franquista a esas CCAA, que han centralizado la centralización. El municipalismo vive de sus migajas.
Incluso los republicanos de hoy aceptan que la figura del Rey-Jefe del Estado ha dado estabilidad a la nación. Total la palabra República está demonizada en España. Para qué meterse en honduras si el antiguo régimen había señalado el camino. Pero es lo que se acordó y así hemos llegado hasta este festivo aniversario, que habría que analizar sin apasionamientos excesivos, más allá de los fastos del recuerdo bonito. Democracia no es sólo ir a votar cada cuatro años por aquí y por allá. Es la gran manifestación civil, pero el trayecto diario es más complejo. Este país de ahora hace aguas. Toca achicar.
Se atribuye a Alfonso Guerra uno de sus asertos relámpagos, “Vamos a dejar a España que no la va a conocer ni la madre que la parió”. Y así ha sido. Sólo que ahora a la ‘madre que la parió’ se le anuda la garganta cada vez que se le rompe por Cataluña; que cada región arrima la brasa a su sardina; que los hongos antisistema han crecido a la sombra de la misma democracia; que los gobernantes pequeños o grandes son amigos íntimos del dinero público; que los bancos aún no han devuelto el multimillonario préstamo (y dice el Banco de España, que no lo harán); que al bipartidismo se le ha averiado el ala izquierda y el sistema escora por babor; que aquel incierto ‘café para todos’, cuesta más dinero de lo que se pensó; que levantarse de la crisis financiera lleva ya casi diez años; que el desempleo endémico no hay quien lo resuelva; que mucho AVE, pero pocas nueces; que el Turismo es la única empresa que sigue en pie, favorecida por factores exógenos, pero que sola no puede con esto.
España está en la UE y en el euro. Somos aliados de Francia y Alemania como sus socios más fiables. Pero es que la misma UE representa el frente débil de Occidente. El Brexit es un signo más que evidente. Y el mismo Reino Unido está en apuros, ya no es el imperio que fue, pero les cuesta caer en cuenta. Desunirse es mal asunto para ellos y para Europa. Una isla siempre tiene algo de aislamiento. En una ocasión la salvó de los nazis. Ahora ellos mismo se cuelgan del árbol aislacionista. Prefieren a sus primos americanos. Desde Madrid miran a Gibraltar (un paraíso fiscal a la sombra de la roca británica) con añoranzas que tres siglos no han resuelto. La UE ha impulsado a España, pero no lo suficiente, y no por su culpa. Los Fondos europeos para el desarrollo de regiones deprimidas: Andalucía, Extremadura, Castilla la Mancha, por citar las más retrasadas de estos cuarenta años, siguen ahí. Diversificar la economía es la clave. Mientras tanto, celebran con fuegos de artificio, brillantes y sonoros, para distraer al personal.
El edificio de la libertad se puede venir abajo si no se le hacen reformas urgentes. El de España necesita de fontaneros que pongan en orden sus herramientas. La Constitución española de 1978, vigente con pocas correcciones desde ese año, tiene que ser tocada con guantes de seda y con el concurso de las fuerzas políticas. Tarea ingente y complicada, sí. Pero bajo su torrentera se agitan fuerzas que necesitan ser reconducidas. Ya hay unos podemitas, exaltados siempre, que pregonan una Constituyente. Es decir, derogar esta para hacer otra a su imagen y semejanza. No se trata de eso, sino de reformar en la actual lo que esta nueva España necesita. Entre otras cosas, habría que discutir el tema de la sucesión de la Corona. O mirar con prontitud lo de la segunda vuelta electoral, que resolvería situaciones de ingobernabilidad, como las ocurridas en Andalucía y en España. Entre otras menudencias. Se llama ponerse al día. Porque si no, al día nos van a poner las fuerzas políticas nuevas que claman por acabar con las castas para entronizarse ellos.

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