La torre proyectada en el puerto no es memorable, motivo suficiente para que no tenga que ser lo primero que se vea de Málaga desde el mar, pero tampoco por sus dimensiones ni su uso privado merece ese emplazamiento.
Entre los privilegios de los periodistas se encuentra el acceder a textos brillantes antes de que se publiquen. Uno de ellos ha sido la tesis doctoral del arquitecto malagueño y colaborador de La Opinión, Luis Ruiz Padrón, que ha escrito una precioso trabajo que, ojalá, se convierta en libro en breve. Se trata de un estudio de la imagen de Málaga a través de los dibujos y grabados desde el siglo XVI hasta mitad del XIX.
Entre las consideraciones finales, reflexiona sobre una cuestión que, hasta hace pocos años, sólo interesaba a un puñado de románticos -entre ellos el preclaro articulista y experto en Turismo, Rafael de la Fuente- como es el respeto al paisaje. En el trabajo puede verse de qué manera tan negativa ha cambiado el perfil de la ciudad desde el mar con la instalación de la noria temporal que ha venido para quedarse, hasta el punto de que el crucerista lo percibe como uno de los principales elementos de Málaga, al tiempo que quedan en un segundo plano otros hitos como la Alcazaba, Gibralfaro o la Catedral, que ya está lo suficiente protegida por ese guardaespaldas insolente que es el Hotel Málaga Palacio, nuestra gran aberración urbanística.
Y todo este preámbulo para explicar por qué un servidor, a título particular, ha firmado el manifiesto contra el hotel que, como un desplazamiento tectónico de las torres de La Malagueta, pretende ser lo primero que cualquiera que llegue por mar distinga con claridad de nuestra ciudad.
Sólo unos políticos ahítos de hitos, nómadas perpetuos de cargos públicos, con poco tiempo para asentar los conocimientos de su parcela de turno y con ese complejo de inferioridad que les causa la Arquitectura, pueden ver con buenos ojos un proyecto que, para empezar, no es en absoluto memorable, y sólo por eso ya no merecería este puesto de honor en el horizonte de Málaga. Pero tampoco por sus dimensiones ni el fin al que irá destinado. Imagínense esa torre repleta de toallas de la playa y puede que coincidan con un servidor en que su sitio está mejor en Miami o, sin irse tan lejos, en Benidorm o junto a Playamar.
Reservarle este lugar privilegiado, por mucho que el puerto necesite dinero, no tiene justificación alguna y sería un error que quedaría para las próximas generaciones. En esta sección se ha criticado más de una vez la asombrosa coordinación de todas las administraciones competentes (es un decir) para parir esas inaceptables interrupciones del horizonte que son los merenderos megalíticos de La Caleta y La Malagueta.
Nadie ha pedido perdón por la pifia, así que no es plan de que cada vez que un crucero emboque el puerto de Málaga, el capitán coja un megáfono y en todos los idiomas posibles aclare que, a pesar de las torres de la Malagueta, el Málaga Palacio, el bloque ilegal de los Campos Elíseos y la torre con toallas, Málaga es una ciudad que ha sabido dialogar con su pasado. Desde el mar, sería un diálogo de besugos.
Es el «regalito» que nos quiere dejar D. Paulino Plata, que no sabe de dónde sacar fondos para costear su presencia diaria en los medios de comunicación. Que se ponga el supositorio junto a los Dólmenes de su pueblo