Mirar hacia Cataluña estos días es contemplar un paso más en la historia de un desencuentro en el que la perplejidad diaria ante lo que vemos no puede ocultar la preocupación por la existencia de un problema al que hay que intentar dar una solución política.
El abismo entre Rajoy y Puigdemont es narrativo: es una contraposición entre un cuento fantástico y un juego de silencios. Como diría Cortázar, el cuento es «un orden cerrado. Para que te deje la sensación de que va quedar en la memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que siempre se cierra sobre sí mismo de manera fatal» (Julio Cortázar, Clases de Literatura. Berkeley, 1980, Alfaguara, 2013. Pags. 29-30).
Puigdemont y el soberanismo representan un discurso que es una suerte de cuento. En este caso, un cuento fantástico que no es un orden cerrado, por su calidad literaria, pero sí por su puesta en escena, por su espectacularidad, por la firmeza de su lenguaje y sus promesas –referéndum, pregunta, independencia, etc.-.
Por el contrario, Rajoy sigue instalado en la legalidad, en una opinión pública dividida en Cataluña, en la dificultad de establecer una consulta con unas garantías democráticas plenas y en la espada de Damocles de la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
La legalidad constitucional y su defensa impiden todo, la independencia y el referéndum, pero no aborda la cuestión política que está causando el nacionalismo en Cataluña.
La actitud del PSOE y de Podemos en este marco pueden ser interesantes también. Habrá que buscar una solución pactada por una mayoría lo más amplia posible para intentar resolver la crisis de nuestro modelo territorial. Debemos pasar del cuento y del juego de silencios a la novela como “«obra abierta» en la que entran los grandes espacios de la escritura y de la temática. Valga la metáfora. Hace falta legalidad pero también una respuesta política y encontrar consenso ante un tema que va a continuar más allá de la consulta.