Al final, tras dos elecciones y con un país sin gobierno durante tantos días, parece que caminamos de un tiempo de un gobierno como quimera al de un gobierno posible pero como mal menor. De hecho, sino ocurre nada extraordinario, el mal menor parece que va a ser el principio político estrella que dirija la política española, tanto ahora como en la siguiente etapa política que viviremos. Cuando el escenario se complica Maquiavelo aconsejaba que «la sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y en elegir el mal menor», es decir, «tomar por bueno el partido menos malo», consciente de que hay circunstancias en las que sólo se puede optar entre lo peor y el mal menor.
La vigencia de este principio político formulado por Maquiavelo es una combinación del necesario realismo político ante un escenario complicado, en este caso, la necesidad de formar gobierno pero de un modo que todas las partes se aparten de lo peor, eviten un inconveniente por otro mayor y a cambio de perder algo se convierta en la mejor opción posible para ese momento. De algún modo, se toma por bueno la decisión que menos nos perjudica, aunque no sea la que responda a nuestros principios, ni nos convenza, ni por supuesto, sea la opción que más nos convenga.
La política del mal menor sería el resultado de un fracaso alrededor de un diagnóstico común: La democracia en nuestro país exigía un cambio político alrededor de la solución del modelo territorial, la regeneración democrática y una salida social de la crisis económica. Sin embargo, la respuesta a esto a través de nuevos líderes, la nueva política y los nuevos partidos –C´S y Podemos– junto con el tetrapartidismo resultante, lejos de aproximarnos a la solución de los problemas nos ha conducido al bloqueo político. La ilusión de la nueva política ha desaparecido: nuevas caras, nuevo estilo de comunicar, nueva imagen. Después de dos elecciones, vida parlamentaria y pactos fallidos la frescura ha desaparecido entre el tacticismo, las divisiones internas de los partidos y los resultados electorales.
La realidad es que el fracaso se debió, por un lado, a que todos los partidos tenían una idea del cambio político, ya fuera por razones ideológicas o de principios o por divisiones internas o por falta de fuerza electoral han sido incapaces de llegar a un pacto necesario para formar gobierno y, por otro, el fracaso de la cultura de pactos ha constituido el resultado de un tacticismo continuo que pensaba continuamente en los resultados electorales e imposibilitaba el éxito de los mismos.
La derecha ha aguantado mejor todo este escenario, el PP con su dejar pasar el tiempo y su pacto con C´S con investidura fallida y C´S con su actuación de partido bisagra para defender un espacio político propio. El PP mantiene un liderazgo sin divisiones internas reseñables y un electorado firme y cohesionado mientras aguanta el chaparrón de la corrupción en los tribunales, el C´S posee un liderazgo sólido aunque debe consolidar su electorado. Hay PP para mucho tiempo y el C´S lo sabe, por tanto, tendrá que adoptar una táctica a largo más a plazo, si quiere ocupar su espacio político. No obstante, la comunicación es posible entre estos partidos, como demostró, el pacto a que llegaron.
El panorama en la izquierda ha sido mucho peor: está fragmentada políticamente y dividida internamente, con un diálogo muy difícil y un espacio electoral muy complicado de cara al futuro. La crisis del PSOE ha puesto de manifiesto la debilidad del liderazgo de Pedro Sánchez, la rebelión de unos barones pero también la falta de un debate interno serio en el partido sobre la izquierda desde que llegó Podemos y cuál debe ser el papel del PSOE en un escenario muy distinto al de hace apenas diez años. La cuestión no era sólo de política de alianzas –la posibilidad de un gobierno de izquierdas y no con Rajoy–, sino el encaje con todas las sensibilidades del partido, la cuestión territorial, y ahí, por ejemplo, surge el futuro del PSC y su relación con el PSOE. En el caso de Podemos, el escenario también condiciona la estrategia y el modelo de partido a seguir: son conscientes que no pueden crecer mucho más y hay una discusión sobre continuar con el modelo actual –populista- u otro más de izquierdas con más intervención en la política institucional.
La política del mal menor les da a todos tiempo: para gobernar con apoyos pero al fin y al cabo gobernar, para recuperar el liderazgo y la cohesión interna, para definir el modelo de partido, en última instancia, para seguir aprendiendo a gobernar en un escenario lleno de contingencia y en el que sigue siendo necesario abordar importantes desafíos políticos, aunque a nadie le deje satisfecho. Quizás sea la salida a la parálisis política y al bloqueo pero no oculta las debilidades de la política que estamos viviendo.