Intento entender el caos en el que anda sumida nuestra vida política y muy lejos de todo eso leo en la luminosa prosa de John Cheever, un escritor que vivió en una perenne contradicción y expresó su sufrimiento como pocos en un fragmento de sus Diarios: «Si no imaginamos el futuro, ¿Cómo vamos a creer que existe? Pienso que en un año o dos se recuperará la atmósfera, se repararán los daños y volveremos a caminar bajo la clara luz del día. Pero jamás he sido tan profundamente consciente del caos, como si estuviéramos en plena caída desde una órbita atmosférica y moral, como la dulce gravedad de la vida estuviera en peligro» (John Cheever, Diarios, Emecé, Barcelona, pág. 136). Incluso cuando vivimos una situación de caos, de crisis, de caída, podemos imaginar que hay un futuro, si bien, sabemos siempre que es incierto. De algún modo, la vida y la política se cruzan porque si alguien vive ahora en una situación de caos y tiene un futuro incierto es el PSOE con su reciente crisis interna.
Lo que le pasa al PSOE en nuestro país es una expresión más de una socialdemocracia desorientada y que hace tiempo ni encuentra su tradicional espacio político y electoral y lo que es peor, ni parece saber construir un proyecto sólido, innovador, que dé respuestas a los dilemas de nuestro tiempo dentro de una izquierda mucho más compleja que en el pasado, en el que hace falta, más que nunca, un debate serio sobre sus señas de identidad. En Europa, el drama de la socialdemocracia es el de que su otrora poderoso capital político, el Estado de Bienestar y la orientación social y redistributiva de unas políticas públicas para corregir la desigualdad social no son ya suficientes en un contexto económico restrictivo, con un modelo social afectado por serios desequilibrios y una revolución tecnológica como la que vivimos. Hacen falta nuevas ideas no sólo para superar la crisis si se quiere recuperar la iniciativa dentro de la izquierda. Hay que pensar de nuevo en serio qué significa el reformismo hoy porque los acercamientos a la derecha o a la izquierda, ni convencen ideológicamente a los convencidos ni a los electores, que en este último caso depositan su voto a favor de otros partidos. Ni Renzi ni Valls con su social liberalismo pragmático, ni el laborismo lleno de autenticidad de Corbyn parecen ser más que políticas de inflexión o de búsqueda.
Algo de esto pasó, con la izquierda en nuestro país, a la que sentó mal la crisis y está resolviendo peor que la derecha el cambio de ciclo político. Así, el PSOE que ha sido clave en la transición está inmerso en una crisis de liderazgo desde el último gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora con una profunda división interna entre dirigentes y barones, todo ello unido a una situación excepcional sobre cómo se resuelve institucionalmente dentro de los órganos del partido y, finalmente, ante la perplejidad y, por supuesto, la división que va a producir dentro de la propia militancia. El problema no es ahora si Sánchez tenía razón con su «no es no» al PP y si los continuos fracasos electorales benefician a sus adversarios, sino comprender la necesidad del PSOE en la política española y elegir entre el dilema más urgente: el camino hacia la insignificancia o el de la renovación, el cambio y un nuevo proyecto político.