A pesar de los muchísimos análisis del 26-J sobre los sus nuevos matices, siento una cierta sensación de déjà vu, la verdad. Ese elegante «ya visto» en francés que describe la sensación que experimentamos al pensar que ya hemos vivido con anterioridad un hecho que, en realidad, es novedoso. Al fin y al cabo, tenemos una aritmética algo distinta pero todavía difícil para formar gobierno dentro de un tetrapartidismo que los ciudadanos creyeron que iba a ser la solución a la crisis y la renovación de la democracia española.
La aritmética electoral produjo una representación de la sociedad española, no muy distinta que el 20 D, si bien con un juego de equilibrios distinto: EL PP ganó las elecciones e incrementó su saldo en escaños (+14), el PSOE se consolidó como segundo partido y partido de la oposición pero perdió cinco escaños (-5) obteniendo además el peor resultado de su historia, Unidos-Podemos consiguió los mismos que tenía y no logró el sorpasso ni ocupar el espacio de la izquierda y finalmente, C´s perdió 8 escaños (-8) y su magia de partido reformista y de consenso.
De algún modo, estas elecciones han supuesto el final de las grandes expectativas de la nueva política en detrimento de un pragmatismo marcado por la incertidumbre de un cambio que no se percibía con claridad por la gran mayoría de la ciudadanía y, por ello, la respuesta ha sido la victoria del partido que estaba en el gobierno y la consolidación del partido de la oposición –aunque en este caso perdiendo escaños–. Está claro que el PP gana porque el voto de centro derecha y derecha es suyo porque hace tiempo se veía que el voto del PP se consolidaba y crecía mientras que el de Podemos estaba descendiendo pero, desde luego, por la fragmentación de una izquierda que, en este último caso, juega a ratos a definirse como socialdemócrata cuando su espacio político está, al menos en teoría, más a la izquierda, en consonancia con su alianza con IU. Además, un PSOE en la oposición puede ser una buena etapa para la reflexión y la reconstrucción de su papel en la izquierda: eso implica de reforzar su liderazgo, su programa ante los ciudadanos y, sobre todo, sus señas de identidad como el socialismo democrático del siglo XXI para este país. Finalmente, C´s ha perdido ese atractivo que tenía frente al votante desencantado del PSOE y del PP. Se acabó el adanismo de los partidos emergentes y quizá su baza resida, a partir de este momento, en lo que hagan y demuestren en la política autonómica y política local. No todo puede ser buena comunicación política, ha llegado el momento de demostrar cómo hacen políticas en las instituciones.
En cuanto a los pactos, y descartado por el momento el apoyo por parte de los socialistas, la principal hipótesis para la formación del gobierno es ahora la colaboración más o menos puntual del PP con Ciudadanos, el PNV y los dos partidos canarios (Coalición Canaria y Nueva Canarias). La base de esta hipótesis es que, por un lado, alcanza entre todos los partidos la mayoría absoluta y, por otro, su afinidad ideológica entorno al eje izquierda-derecha: se trata de partidos de la derecha o central del espectro político que podrían llegar a acuerdos entre ellos porque su ideología no está muy alejada. El problema es que la afinidad ideológica no es suficiente para conseguir los pactos: por ejemplo, Rivera ha cuestionado desde hace tiempo la continuidad de Rajoy para pactar con el PP y luego su exigencia de la reforma del sistema electoral. El PNV tiene que ver cómo le influye ese pacto en las próximas elecciones autonómicas. Esto exigiría un entendimiento muy fluido en temas territoriales por parte de PP y C´s que habría que construir.
Cómo ven, un déjà vu porque estamos sin gobierno como en la legislatura anterior pero distinto porque la aritmética y las circunstancias han cambiado.