A pocas semanas del 26-J este país sigue sin encontrar la música que lo defina y no parece que la campaña electoral que ya estamos viviendo vaya a contribuir a que esto suceda. Y digo esto, porque en medio de una campaña a medio gas, el comienzo de The River Tour y de la gira europea de Bruce Springteen en nuestro país ha puesto a la música en el centro de la noticia. Así, con el concierto que esta noche ha tenido lugar en Madrid, después de los que han tenido lugar en Barcelona y San Sebastián pone fin a su gira española.
No soy fan del Boss pero me gusta, sin embargo, su figura es importante porque pertenezco a una generación para la que la música todavía era parte de nuestra vida. El rock, sus solistas y sus bandas eran algo más que un acto de mitomanía, el concierto un acto de catarsis colectiva y escuchar a alguien tocando con estilo una Fender Stratocaster nos hacía sentirnos vivos. Sin duda, Springteen es y representa todavía esto. Le recordé cuando estuve en aquel inolvidable concierto del Vicente Calderón del 2 de agosto de 1988 y comprendes que las crónicas de ahora hablen de epifanía porque es lo que sentí yo entonces. Un fenómeno irrepetible de manifestación e identificación del espectador con el artista y con la música como sólo algunas estrellas del rock pueden conseguir. Probablemente con Bruce acabará esa vivencia del concierto como una proyección de una forma de vivir la música como parte de tu vida y, por tanto, un signo de identidad pero también diferencial propio, que define tu gusto artístico y te une a tu chico, a tu chica, a tus amigos, es decir, a tu comunidad. Además, el Boss más allá de esa idea de canciones de chicas y coches ha construido una crónica sentimental y social del mundo de la clase obrera blanca norteamericana y con ello ha compuesto un puñado de canciones universales. Además él es creíble y todavía desprende autenticidad en el firmamento de las viejas estrellas del rock. Quizás su modelo estético, el rock del gran estadio y las cuatro horas con el concierto catártico se vayan con él pero, sin duda, quedará su música.
Nick Hornby, ese magnífico escritor que se mueve con tanto talento en su literatura en el universo de las edades, las generaciones, los laberintos sentimentales y también la música y el fútbol, es de los que piensa que, de muy de vez en cuando, hay libros, películas o fotografías que expresan a la perfección lo que tú eres. En su libro 31 Canciones (Anagrama, Barcelona, 2009) habla de Thunder Road como quizás la canción que más ha escuchado desde 1975. La canción refleja la historia de un amor difícil, la de un hombre que va buscar a una mujer para pedirle por última vez que se vaya con él y emprender una nueva vida fuera de la ciudad. La letra refleja un pasado difícil y una última oportunidad para ambos. Para Hornby, Thunder Road de Bruce Springteen reflejaba su propia aspiración de reconocimiento público y de hacerse famoso como escritor, en una fase en la que estaba empezando, algo que se expresa en el último verso de la canción: “«Me largo de aquí para vencer». La idea de cambiar para triunfar pero con el miedo y las dudas de la edad como telón de fondo también. Pero también, Thunder Road es un evocador, agotado himno al pasado, al amor perdido y las oportunidades evaporadas y las malas ilusiones y el fracaso.
Hay muchas canciones pero quizás esta refleja el mundo estético de Bruce, la tensión entre el éxito y el fracaso, entre lo que hacemos y lo que deseamos, entre la felicidad o la melancolía. ¿Quién no ha soñado alguna vez qué la felicidad estaba al final de alguna carretera del trueno? La vida misma en una canción. Grande, Bruce.