Creo que si tuviera que definir el actual momento post-20D que estamos viviendo diría que es coetzeano. Así, la política en nuestro país, incluyendo la política catalana, parece instalada ‘en medio de ninguna parte’. Magda, la protagonista de la novela de J.M. Coetzee, que intenta dar sentido a su propia vida a través de un diario afirma: «Hubo un tiempo en que imaginé que si hablase largo y tendido terminaría por revelárseme qué significado tiene el ser una solterona colérica, enclavada en medio de ninguna parte» (J.M. Coetzee, En medio de ninguna parte, DeBolsillo, Barcelona, 2005, p. 11). Políticamente, parecemos vivir también una situación similar: intentamos buscar sentido a una nueva política de pactos que, de momento y como el personaje del escritor sudafricano, no acaban de encontrarlo ni en las negociaciones determinadas por la aritmética electoral. Ese territorio creado por la metáfora implica vivir en una situación más inestable pero no implica que no se pueda conseguir gobernar.
El argumento de más peso es la evidencia empírica: la normalidad democrática europea. Los gobiernos de coalición forman parte de la tradición democrática en Europa. De hecho, trece de los veintiocho países de la Unión Europea, más Noruega e Islandia, que no forman parte de la UE, se gobiernan con coaliciones de centro-derecha o centro-izquierda. Un total de quince países con coaliciones, ideológica y con composiciones diversas. Con fórmulas de gobiernos bipartitos hasta de cuatro o cinco partidos –como en Bélgica–.
En nuestro caso lo que estamos viviendo una coyuntura post-20D que sufre una tensión difícil de resolver provocada por dos elementos necesarios pero muchas veces contradictorios cuando entramos en un escenario de gobiernos de coalición: por un lado, las negociaciones sobre las políticas concretas, lo que determinará los acuerdos y las alianzas partidistas; y, por otro, la naturaleza de los acuerdos que ponen a prueba la capacidad transaccional de los partidos para poder formar un gobierno de coalición. Sin embargo, no olvidemos que la flexibilidad y las renuncias tienen el peligro de desdibujar el espacio político de los partidos que entran en la coalición. Evidentemente, la ciudadanía tomará nota de todo esto de cara a votar a unos o a otros en próximas elecciones.
Nos encontramos en ese ‘en medio de ninguna parte’ en que el debate al que asistimos en el espacio público sobre el modelo deseable de gobierno de coalición [la gran coalición –PP y PSOE–, el tripartito –PP, PSOE Y C’S– o una coalición de la mayoría social de izquierda –PSOE y PODEMOS], parece chocar con una realidad política que se reinventa cada día poniendo límites para que esa posible confluencia sea cada vez más difícil. Quizás el mayor problema ahora es si los líderes del 20D están preparados para esta nueva situación. El liderazgo se está poniendo a prueba, si bien, las circunstancias son distintas en cada partido.
La evidente dificultad de formar gobierno por parte del PP se percibe en la soledad de Rajoy, sobre todo, ahora que recibe la negativa de todos y pese a ello, si hubiera elecciones anticipadas, mantendría su candidatura a la Presidencia de Gobierno. Los resultados electorales como primera fuerza política no pueden ocultar el crepúsculo de su liderazgo.
El caso del PSOE, a pesar de unos resultados electorales muy discretos, le otorgaba la ventaja de poder ser la fuerza decisiva para formar o evitar coaliciones. Sin embargo, Pedro Sánchez después de su rápida negativa a Rajoy y de mencionar la posibilidad de una coalición de izquierdas, ha desatado una contestación crítica dura, no sólo a este tema, si no a los resultados electorales obtenidos y a su propio liderazgo. De momento, Susana Díaz junto con el apoyo de otros barones del partido han desactivado esa ventaja: ni gobierno de coalición con el PP, ni gobierno de izquierdas que tenga que contar con cinco partidos (en el caso imaginario de un gobierno de coalición, un gobierno pentapartido a la belga) y, desde luego, menos con un Podemos que seguirá manteniendo su convocatoria de referéndum de independencia en Cataluña. El camino probable es una lucha por el liderazgo en el tiempo que conduce a las nuevas elecciones anticipadas.
Finalmente, IU intenta reinventarse de la mano de Alberto Garzón como nuevo partido. Se intenta certificar el fin de este proyecto político y ajustar esta izquierda a un espacio político que le permita vivir en un horizonte en el que la izquierda no socialdemócrata ya no es IU, si no es Podemos, Mareas, etc. Aquí se trata de consolidar un liderazgo dentro de una nueva fuerza de la izquierda que busca un espacio político dentro de un escenario mucho más difícil ocupado, sobre todo, por Podemos.
Este ‘en medio de ninguna parte’ es el resultado de un intento de una gobernabilidad más compleja en el que las negociaciones se revelan difíciles para los partidos tradicionales –PP, PSOE e IU. Liderazgos a prueba para una nueva gobernabilidad, luchas por el poder dentro de partidos que, de una u otra manera, reflejarán si están atrapados en su pasado para definir el presente o, si por el contrario, preparados para enfrentarse al futuro y a la nueva gobernabilidad.