Cuando lean esta columna será domingo, el 20D. Ha llegado el momento de la verdad del proceso electoral más esperado de los últimos tiempos, tanto por la incertidumbre de los resultados como por la evidencia de que inauguraremos una gobernabilidad de pactos o coaliciones. Casi con toda seguridad, la contingencia se adueñará de la política nacional, dado que nuestra certeza es menor para predecir con exactitud los resultados de las elecciones de hoy y quién nos gobernará a partir de mañana.
Parece evidente, que nos acercamos a un fin del bipartidismo tal y como lo conocíamos en nuestra historia democrática y que damos paso a un tetrapartidismo de composición variable, en el que PP y PSOE conservarán todavía una cierta ventaja pero seguidos, y a no mucha distancia, por Podemos y C’s. Este hecho condicionará, naturalmente, las expectativas de partidos como IU-Unidad Popular y de UPyD, en particular, la posibilidad de un quinto partido que, a aunque distancia, fuera ese tercer protagonista de una izquierda más fragmentada. Se percibe con más claridad el eje de vieja y nueva derecha, ocupado por el PP y por C’s, mientras que en la izquierda la situación responde a una fragmentación que además intenta ocupar espacios electorales comunes, si bien ocupan territorios ideológicos diferenciados.
Nuevos partidos, nuevos políticos, nuevos líderes y vieja/nueva política como elemento que define el mapa político de los partidos emergentes frente a los partidos tradicionales, de su visión del pasado –la transición– y de su proyecto de país y de su legado frente al presente y al futuro.
De momento, la nueva política se ha visto en las formas, en el discurso y en el estilo, más que en las políticas y en el contenido. La campaña ha sido novedosa, sobre todo, en comunicación política con unos políticos que han intentado acercarse al público a través de debates y de programas de gran audiencia pero se ha hablado poco de propuestas y temas sustantivos. En este caso, se intentaba definir un estilo nuevo y distinto que se identificaba con la nueva política, sobre todo, en Podemos y en C’s, mientras que en el PSOE se defendía la tradición del socialismo democrático en España y el PP su política económica de salida de la crisis.
Sea como sea, las elecciones definen un gobierno que no puede ser de continuidad sino de cambio. No es una cuestión ideológica, ni partidista, se trata de un diagnóstico certero de la sociedad española por el cual uno de los problemas que tenemos que resolver es el deterioro democrático que sufrimos hace tiempo. El peligro es caer en una democracia de baja calidad institucional ante la indiferencia ciudadana, lo que Colin Crouch denomina posdemocracia. Lo grave de este tipo de situación es que sobreviva una democracia con los componentes formales del sistema político junto a unas dosis de malestar democrático, aburrimiento y desafección política, mientras las élites políticas y el sistema político en su conjunto trabajan para sí mismo y a espaldas de la ciudadanía. La democracia podría degenerar en un simulacro en el que los actores se atrincherarían en el sistema institucional e impedirían la renovación del sistema por parte de las fuerzas renovadas y renovadoras. Una de las claves sería, claro, el propio cambio de los partidos políticos. No sólo hacen falta partidos nuevos, hace falta una profunda renovación en los partidos políticos para restablecer la confianza de los ciudadanos en la clase política y en las instituciones.
La crisis y sus consecuencias, el paro y las políticas de austeridad, han supuesto también una ruptura de una de las bases de la de la democracia en Europa, el pacto social de la posguerra. En nuestro país esto se plasmó en la Constitución, los Estatutos de Autonomía, el Estado de Bienestar y, en general, el desarrollo de un sistema político, económico y social. El pacto social que funcionó alrededor de todas estas bases de nuestra democracia ha empezado a resentirse. En su momento, eran bases sólidas que definían un proyecto de país claro, un proyecto histórico: Construir una democracia, modernizar España, integrarnos en Europa. En una palabra, ser como las democracias de nuestro entorno. El contexto ha cambiado tanto que lo que necesitamos es un nuevo pacto social, un amplio acuerdo político social sobre la recuperación económica y, desde luego, la superación de la crisis institucional y política que vivimos. Los desafíos de la nueva política del nuevo gobierno serán conseguir un consenso alrededor de cuatro ejes: la recuperación económica, la defensa del Estado de Bienestar, la reforma constitucional –que entre otras cosas, permita dar una solución consensuada a la definición territorial del Estado y al encaje de Cataluña– e impulsar medidas que favorezcan la calidad de las instituciones y la rendición de cuentas. Un gobierno que necesitará diagnósticos claros y buenas dosis de consenso para gobernar en escenarios caracterizados, en muchas ocasiones, por equilibrios difíciles.