Política con relato

25 Oct

Si hay algo que necesitamos es una política con relato. Muchos lo afirman pero Josep Ramoneda nos lo recordó muy acertadamente en su columna de la semana pasada: «Falta relato, se echan de menos políticos capaces de imaginar, de dar cuerpo a cosas que no existen todavía, pero que son deseables y si la gente las cree posibles se puedan conseguir. En tiempos de claudicación de la política, en todas partes suena esta misma canción. Si la política ha perdido la capacidad de relato, ¿quién va a asumir esta tarea? ¿Hay que dejarla a la capacidad normativa del dinero?».

El relato de la economía y del dinero no parece que sean las alternativas que puedan sustituir a una política que se afana desesperadamente en encontrarlo. El relato del fin de la crisis no convence. Así,  el éxito en la reducción del paro del gobierno en el último trimestre no puede ocultar la existencia de un modelo laboral precario que castiga, sobre todo, a los jóvenes y a los parados de larga duración. El relato del dinero que se ha hecho en la penumbra del poder y de la corrupción y que no cesa y en el que hemos descubierto que el número mágico es el 3 – tanto el régimen del 3% que venía de época de Pujol en Cataluña y por lo que tiene que explicarse Artur Mas mientras escribo esta columna como ese 3% que era el  mismo porcentaje que cobraba Francisco Correa, el intermediario de la trama Gürtel, en nombre de Luis Bárcenas y del PP. Poco edificante, la verdad. Ni siquiera la noticia de  que la revista Forbes considere al empresario español Amancio Ortega, fundador de Inditex, el hombre más rico del mundo puede hacer que el dinero construya  el relato que la política deja huérfano por mucho que nos alegre que este gallego que empezó desde abajo lidere hoy la lista de las fortunas mundiales.

Ante la colonización de la economía y el fin de la política, hace falta reinventar de nuevo la política y más en el escenario de cambio que ha empezado España con la crisis económica y con el ciclo electoral que comenzó con las europeas y terminará con las elecciones generales del próximo veinte de diciembre. De momento, podemos hacer más un relato de una política que una verdadera narrativa de una política con relato. Un relato de una política de gestos y de comunicación: un PP que presenta datos económicos positivos y el refrendo de líderes europeos por su política de reformas aunque la economía como argumento no puede ocultar su retroceso en las encuestas; mientras el PSOE presenta un programa económico con un claro perfil socialdemócrata; Ciudadanos sigue con su buena estrella después del debate televisivo con Pablo Iglesias, mientras que Podemos sigue la suerte de su líder en la televisión y da síntomas de cierto cansancio en relación a las expectativas de hace unos meses. Finalmente, IU lucha por una política de confluencia  inteligente para su líder, Alberto Garzón, en la candidatura de Ahora en Común-Unidad Popular.

Lo que se vislumbra es un escenario multipartidista, en el que la gobernabilidad necesitará el apoyo de otra fuerza política, con una competencia por el voto de centro enorme y mucho mayor que en el pasado que va hacer que los discursos, las marcas y las estrategias sean claves hasta el final de la campaña electoral. Sin embargo, ¿Seremos capaces de ver esa política con relato? Probablemente no en el sentido profundo de la expresión, de imaginar y definir políticas que forman parte de un modelo social que está transformándose con nosotros, entre otras cosas, porque además el proyecto de país que necesitamos deberá construirse también como resultado, sin duda, de un consenso más amplio.

En cualquier caso, si tuviera que dar unas ideas progresistas que fundamentaran ese relato y, a su vez, sirvieran para  definir las políticas que deberíamos realizar, seguiría a Andrew Gamble cuando afirma: Si hay tres principios que pueden enmarcar una empresa de ese género, el primero es un compromiso para desarrollar un enfoque nuevo de cómo debería ser un capitalismo progresista, o reformado, o cívico. Hay muchas ideas sobre la cuestión, ideas que parten de un desafío radical, como las avanzadas por Matthew Taylor o Charles Leadbeater. Necesitamos formulaciones nuevas sobre cómo hacer compatibles los valores socialistas con el funcionamiento de los mercados, cómo conseguir una economía dinámica, emprendedora, innovadora, estimulando a los nuevos sectores emergentes, como el sector online, la automación, las energías limpias o las biotecnologías.

Necesitamos una estrategia industrial que promueva una economía solidaria, el mutualismo, las prácticas éticas, y nuevas formas de financiación y de crowdfunding. Necesitamos nuevas formas de gobernar y regular los mercados, que incluyan políticas radicales para enfrentarse a algunos abusos de los derechos de propiedad que distorsionan los mercados y conducen a un crecimiento de las desigualdades.

Un segundo principio es el de restablecer una visión de la seguridad social para todos, con lo que eso conlleva en nuestra actual economía política. El objetivo de crear una sociedad cohesiva y basada en la confianza recíproca, sigue siendo primordial. La tarea de una nueva política progresista es encontrar nuevos caminos para conseguirlo, a contrapelo de las fuertes tendencias a una desigualdad mayor en los ingresos, en la salud, en las oportunidades y en los roles de género, y afrontando los desafíos formidables de la demografía, la necesidad de sostenibilidad y el estancamiento secular, que amenazan en todas partes la viabilidad de un estado del bienestar.

Un tercer principio es la interdependencia. Una de las características más importantes de nuestro mundo en los últimos 200 años ha sido su creciente interdependencia. Una política de progreso no triunfará en ninguna parte a menos que cuente en otros lugares con aliados progresistas para ayudarse mutuamente a fortalecer las instituciones de la gobernanza global, muchas de las cuales, desde la UE hasta la ONU, se encuentran en la actualidad en un estado francamente lamentable. Necesitamos más cooperación global si queremos afrontar los grandes desafíos que nos amenazan, desde las migraciones hasta el cambio climático.

La política siempre conlleva desencanto y frustración a largo plazo. Pero también es una fuente perenne de esperanza, de imaginación y de recomienzo.

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