Hace ya demasiado tiempo, el verano era esa estación donde se paraba el tiempo, incluso el político. El estío era sinónimo de quietud en los palacios como nos recuerdan esos versos de Rimbaud, «Yo abracé el alba del estío. /Nada se movía al frente de los palacios». Sin embargo, la parálisis política ya no existe y los septiembres comienzan por once y las tres últimas Diadas (desde 2012 hasta la del pasado viernes) han marcado el comienzo del curso político. Cuando escribo esta columna no hay datos todavía pero se espera una gran asistencia. Este año con más razón, porque definido el poder municipal y autonómico en todo el país, constituye el punto de partida de la campaña de las elecciones autonómicas del 27-S. De sus resultados dependen el gobierno de Cataluña, la hoja de ruta del independentismo y, finalmente, la posición de las diversas fuerzas políticas de cara a las elecciones generales.
La expectación es enorme porque las elecciones constituyen para unos, un pretexto para conseguir un mayor apoyo ciudadano y, por tanto, una mayor legitimidad democrática para continuar lo que hasta ahora no es más que un proyecto incierto y con división de opiniones entre los mismos soberanistas dentro de una sociedad dividida. Las demás fuerzas políticas esgrimen un conjunto de posiciones diversas pero en las que se sea posible la convivencia en entre Cataluña y España.
En mi opinión, el nacionalismo soberanista ha optado por una estrategia de polarización de la política catalana en la que se vislumbran más incertidumbres que soluciones políticas anheladas. Hay algunos síntomas: la creciente lejanía de los discursos políticos, la existencia de una sociedad dividida, la posibilidad de un comportamiento electoral fragmentado y, finalmente, la falta de consenso en torno al hacia dónde debe ir Cataluña. En una palabra, la estrategia de tensión en busca de mayorías para la secesión no ha resuelto la división de la sociedad, ni mucho menos crea las condiciones de consenso para buscar una solución política con aquellos que piensan que lo necesario todavía es buscar un encaje político de Cataluña en España.
El resultado de todo lo que está pasando, bajo la responsabilidad del CiU y ERC, es una disonancia cada vez mayor en los discursos políticos. Hay una sensación creciente de lejanía entre los discursos entre los partidos políticos catalanes y, por supuesto, con el gobierno del PP.
La segunda cuestión, los inciertos resultados. La encuesta del CIS publicada el jueves muestra que las candidaturas independentistas podrían obtener la mayoría absoluta en escaños, pero no en votos, el 27-S. Así la lista Junts pel Sí, encabezada por Raúl Romeva y de la que forman parte Artur Mas y Oriol Junqueras obtendrían entre 60 y 61 escaños (un 38,1% de los votos), que sumados a los 8 escaños de la CUP (5,9% de los votos). A continuación se situaría el partido de Albert Rivera, Ciutadans con 19-20 escaños (14,8% de los votos). En tercer lugar, Catalunya Sí que es Pot (que une a Podemos y a ICV) entre 18 y 19 diputados (13,9% de los votos). En cuarto lugar, el PSC de Miquel Iceta entre 16 y 17 escaños (12,2% de los votos) y, finalmente, el PP entre 12 y 13 diputados (9,4% de los votos). Sin embargo, una de las claves de estas elecciones es el voto de los indecisos que esta encuesta sitúa en un 26,1% -quienes no responden por ningún partido cuando se le pregunta por cuál votará-. Se estima que si la participación es similar a la de las elecciones de 2012 –el 67,7%- se calcula que el número de indecisos oscila entre alrededor de un millón de votos. El escenario puede presentar cambios y sorpresas.
Si el voto está dividido no es más que el reflejo de una sociedad dividida en dos. Es evidente que se ha creado un proceso de cambio pero no una sociedad que esté mayoritariamente de acuerdo en torno a su dirección. Secesionismo, derecho a decidir, federalismo y Tercera Vía conviven en un escenario en el que lo que falta, precisamente, es un clima favorable que favorezca la deliberación y el consenso sobre el futuro de Cataluña y España.
Coetzee escribió en su último libro, sobre las historias que nos contamos a nosotros mismos y su condición de verdad cuando afirmaba, «puede que las historias que nos contamos sobre nosotros mismos no sean verdad, pero son lo único que tenemos» (J.M. Coeetze y A. Kurtz, El buen relato, Random House, Madrid, 2015). El proceso ha abierto un proceso identitario nuevo para el que hay que buscar una fórmula política en el que el 27-S es clave y en el que parece que la única historia posible es la independencia. El dilema estriba en si la historia contada por el nacionalismo soberanista, al igual que en la ficción y aunque no sea verdad, será asumida por los catalanes como propio o puede que no. Esperar y ver.