Si hay algo seguro en el escenario político español es que el futuro es cosa de cuatro. Lo demás es pensar sobre la contingencia inherente a cada convocatoria electoral, sabiendo que las tácticas y los pactos que pueden definir el cambio político no están en el vértigo del día a día, sino en el después de las elecciones generales cuando esté por fin completo el mapa electoral español.
Paradójicamente, cada movimiento del presente intenta definir el sucesivo y así hasta que se complete el tablero político nacional. Hay, pues, una lógica estratégica a la búsqueda de espacios políticos en los que la competencia es mucho mayor. Quizás, sea el momento de nuestra historia democrática en el que las elecciones están dictando, eso sí, el ritmo de ese cambio político.
Las elecciones europeas hicieron surgir a Podemos como un fenómeno político sin precedentes en la vida democrática española y empezamos a hablar desde entonces del fin del bipartidismo. Las recientes elecciones andaluzas han constituido a Ciudadanos como la nueva sorpresa política de la vida nacional y haciendo del experimento andaluz, a su vez, el nuevo escenario de tácticas y pactos.
Andalucía es el escenario de resistencia o recuperación del bipartidismo por parte de los partidos tradicionales (PP y PSOE), mientras que es el campo de batalla del tetrapartidismo para los partidos emergentes (Podemos y Ciudadanos). Para los primeros constituye una prueba de fuerza de la solidez del bipartidismo y, por tanto, el primer intento serio para intentar recuperar el gobierno con mayor autonomía y menor capacidad de chantaje de sus compañeros de coalición en este año electoral. Para los segundos, su objetivo es la llave de la gobernabilidad y, por tanto, la clave en los posibles gobiernos de coalición en los procesos electorales posteriores con un grado de influencia mayor o menor según los resultados electorales y la práctica negociadora.
Así, pues, entramos en una etapa compleja en la que los partidos tradicionales podrán formar gobierno con los partidos emergentes y que hará falta una nueva cultura de pactos, es decir, la de países que están acostumbrados a los gobiernos de coalición. De momento, será difícil. Ni la crisis, ni la parálisis política que puede producir una convocatoria electoral y unas negociaciones sin acuerdo que prolonguen o impidan la formación del gobierno, como le está pasando a Susana Díaz, ni siquiera el deseo de la ciudadanía de que los políticos lleguen a consensos para resolver los problemas que les preocupan van a ser tomados en consideración en este momento político. Andalucía es el centro de dos lógicas contrapuestas, la del juego de las luchas por la conquista de espacios políticos de cuatro partidos y la del propio proceso de formación de gobierno andaluz. Dos juegos que se mezclan con las elecciones municipales y, a su vez, con un año electoral que concluye en unas elecciones generales. De momento, desgraciadamente, un callejón sin salida. Esperar y ver.