Si después de la tempestad viene la calma, tras las elecciones andaluzas viene una política de continuidad inestable. En un momento político de expectativas crecientes, los resultados electorales imponen los nuevos límites de la política andaluza. La democracia en nuestro país oscila entre el deseo y la necesidad de un cambio político en el año más electoral de su historia y Andalucía constituye el primer escenario de una realidad que ha pasado de las predicciones demoscópicas a la formación de nuevos gobiernos y de nuevas políticas.
El laboratorio político andaluz ha generado un cambio político limitado, caracterizado por una continuidad de un bipartidismo erosionado por tres hechos significativos: un retroceso de los partidos tradicionales de la derecha (PP) y de la izquierda (IU); un fuerte crecimiento de los partidos emergentes (Podemos y Ciudadanos); y, la continuidad inestable de un gobierno, en este caso del PSOE, que tendrá que gobernar con el concurso de pactos en un Parlamento formado por cinco fuerzas políticas.
Las dimensiones de este cambio político no parecen extrapolables a los otros procesos electorales que nos esperan, sin embargo, lo que sí podemos vislumbrar es que se está deshaciendo el modelo bipartidista y caminamos a otro multipartidista, de cuatro partidos, en el que la gobernabilidad será más inestable. En el juego de las futuras elecciones, las claves serán un voto más fragmentado y volátil a la izquierda y a la derecha, la capacidad de crecimiento de los partidos emergentes y, por supuesto, la recomposición de los partidos tradicionales.
Andalucía constituye un microcosmos político en el que la descentralización política vinculada al Estado Autonómico, el Estado de Bienestar y la modernización han ido hasta ahora unidas a un partido que ha gobernado hegemónicamente la Junta desde el principio de la democracia. Sin embargo, la superación de su retraso histórico no ha acabado con el retraso de Andalucía respecto a España y a Europa. De hecho, la situación de Andalucía es la de una mejora en aspectos fundamentales que, sin embargo, parece no superar, desgraciadamente, la posición de retraso similar a la del punto de partida. Curiosamente, el columnismo sigue tratando Andalucía con magnífico estilo pero sin dejar de recurrir al tópico. En un tono distinto, me gustó Enric Juliana, en su artículo «Andalucía, ante la paradoja de la satisfacción», que fundamenta la opinión en un análisis que intenta explicar las razones que dan lugar a qué el cambio político sea así aquí.
La europeización de la política andaluza fue la clave fundamental de ese impulso modernización. Andalucía ha recibido desde 1986 un total de 72.500 millones de euros en concepto de ayudas comunitarias (subvenciones agrícolas, modernización agraria y pesquera, infraestructuras, formación profesional, etc). En la Europa de los doce, esto se justificaba por razones territoriales y demográficas y también de estabilidad regional, Andalucía se convirtió en un lugar privilegiado de las subvenciones y del desarrollo europeo.
Treinta años después el balance es claro: Gracias a la fortísima inyección de recursos provenientes de Europa y de la solidaridad interna española, la población andaluza (8,4 millones de habitantes) ha mejorado de manera notable su calidad de vida, sin modificar su posición estructural en la economía española. La mejora ha sido muy importante en nivel de renta, educación, sanidad, incorporación de la mujer al mercado laboral, infraestructuras, etc. Pero Andalucía sigue ocupando el penúltimo lugar en el PIB español, sólo por delante de Extremadura. Enric Juliana lo expresa de maravilla: «Tras una leve mejora, Andalucía ha vuelto a su punto de origen: en el 2010 se hallaba veinticinco puntos por debajo del promedio de la riqueza española, exactamente la misma posición que en 1982». ¿Por qué? ¿Una sociedad atrapada por sus tópicos o es posible otra explicación?
El problema es estructural y la sociología nos ayuda de la mano de uno de nuestros más destacados representantes en esta disciplina, el gran sociólogo cordobés Manuel Pérez Yruela , que lo define como la paradoja de la satisfacción. Una sociedad antigua, culturalmente rica y densa, con muchas desigualdades acumuladas, que se frena al lograr un cierto grado de bienestar. No da el salto definitivo. La razón es que no modifica de manera suficiente sus estructuras profundas. Las subvenciones han mejorado Andalucía y la han detenido, al mismo tiempo.
Todo ello, en sociedad con un peso excesivo de la administración, una economía poco poco dinámica y desequilibrada junto con un alto desempleo (34%). Enric Juliana lo resumen bien: «Andalucía ha invertido en administración, con la consiguiente red de intereses clientelares, ahora en grave crisis política; en grandes infraestructuras, con el consiguiente fortalecimiento de las concesionarias de obra pública; y en la construcción de hoteles y viviendas, con el consiguiente drama hipotecario tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. Cifras, cifras, cifras. El capital acumulado en infraestructuras públicas (15,6%) y en viviendas (14%) es claramente superior al capital productivo en maquinaria y material de equipo (11,7%). El cemento se ha comido la inventiva».
A pesar de todo, análisis como los de Ignacio Lago en «Andalucía de por sí», sostienen una posición constructiva en las que lejos del catastrofismo es necesario explorar vías de mejora. En particular, tres: una inserción en las cadenas de valor transnacionales, una apuesta decidida por un capital humano mucho mejor formado y, finalmente, una aportación a repensar la organización territorial del Estado.
En una palabra, Andalucía apuesta por una continuidad inestable, si bien, políticamente se perciben síntomas de cambio interesantes, sobre todo, la aparición de partidos como Podemos y Ciudadanos –que, sin duda, serán la constante de los otros procesos electorales– junto con un retroceso importante del PP y de IU. Sin embargo, la gobernabilidad de Susana Díaz, como dije al principio, va a ser más inestable. Los primeros contactos reflejan ya las dificultades de las negociaciones para los apoyos en la investidura, no digamos, en la gobernabilidad futura. En cualquier caso, poco entenderemos de lo que pasa si no comprendemos el modelo social que tenemos que se ha forjado en democracia: una sociedad cuyo desarrollo le hace caer en una posición acomodaticia dentro de un modelo de economía poco dinámica. El verdadero cambio político y social en Andalucía es superar la paradoja de la satisfacción dentro de esas nuevas condiciones de gobernabilidad inestable. Difícil.