La campaña electoral que estamos viviendo en Andalucía y que culminará con las elecciones autonómicas del próximo 22 de marzo presenta tres perfiles diferentes a las de otras convocatorias electorales: un escenario político distinto, un resultado incierto y un gobierno que deberá de impulsar un proyecto político renovador de Andalucía. Sin embargo, esto apenas se entiende sin decir algunas palabras sobre el telón de fondo.
Andalucía parecía condenada a un retraso histórico que con el caciquismo y la indolencia de sus élites estaban más preocupadas de disfrutar de sus privilegios que de crear una auténtica sociedad civil y una economía productiva. La democracia en Andalucía puso un punto y aparte en esto. La descentralización política propiciada por el modelo autonómico junto con el Estado de Bienestar y Europa contribuyeron a una modernización necesaria en forma de servicios sociales e infraestructuras. Sin embargo, la modernización se apoyó en una economía demasiado dependiente del turismo y de la construcción y en una política determinada por el clientelismo de partido –tanto del PSOE como del PP, en la Junta y en los Ayuntamientos–, el auténtico caldo de cultivo de la corrupción política. El gobierno del PSOE durante casi 33 años y la existencia de dos Andalucías, la del litoral y la del interior, son la base de todo esto y, en parte, explican el fraude de las subvenciones de los ERE y de los cursos de formación.
Por tanto, una modernización inconclusa o llena de contrastes que además la crisis se ha ocupado de agravar. Andalucía es una comunidad de ocho millones y medio de habitantes, con una tasa de desempleo del 34% y en la que cerca de medio millón de hogares todos sus miembros están en paro. Además, en los últimos seis años se han ido 37.600 andaluces al extranjero, casi la mitad entre 25 y 39, son esa nueva emigración universitaria que busca un futuro que aquí no existe para ellos. En una palabra, la democracia ha mejorado la situación de subdesarrollo y desigualdad histórica de Andalucía, sin embargo, el ciclo político de la democracia no ha sido suficiente para resolver su situación de retraso económico y social con respecto a otras comunidades españolas y, por supuesto, con respecto a Europa.
La campaña electoral se enfrenta a un escenario político diferente. Al igual que en España, hay una sensación de agotamiento de un ciclo político, que es el de la transición: fin del bipartidismo, renovación generacional, nuevos líderes y nuevos partidos. Andalucía aportaba un gobierno de coalición de izquierda que parecía haber funcionado bien, con algunas tensiones, durante tres años y que ha impulsado todo lo posible el gasto social, así como la educación y a sanidad a pesar de los recortes, pero que no ha podido llevar a cabo los planes previstos –apenas dos leyes aprobadas: la de Transexualidad y la de Transparencia, dejando dieciséis pendientes–. Un gobierno con una clara orientación social pero que la convocatoria de elecciones no le ha permitido hacer mucho más. El fin del gobierno de coalición se ha fundamentado o en razones de política interna de los partidos –el referéndum de IU sobre el pacto– o en las razones estratégicas, en concreto, al cálculo electoral de Susana Díaz que vio un momento propicio para ganarlas en los sondeos frente a la emergencia de Podemos en el escenario político andaluz. Susana Díaz, que pertenece a ese relevo generacional de la política española y a esos nuevos líderes, se juega, evidentemente, su liderazgo en el socialismo andaluz y, por ende, en el socialismo español. Algo que ha ocurrido durante mucho tiempo en el PSOE en el que la influencia de Andalucía ha sido tan importante o para impulsar las victorias nacionales o, al menos, para resistir en los momentos de crisis. El equilibrio y la prudencia entre el tándem Susana Díaz y Pedro Sánchez, aparte de los buenos resultados, serán decisivo para que la socialdemocracia pueda salir de su crisis en nuestro país.
El segundo elemento, claro está, el que se trata de la elección que se enfrenta a los resultados más inciertos. Las encuestas señalan una fragmentación del voto, un escenario con cuatro partidos en el que el nuevo protagonista sería Podemos, fragmentación del voto de la izquierda y, sobre todo, el hecho de que el realineamiento de los partidos políticos también se debe no sólo al eje izquierda–derecha sino también al de vieja-nueva política. En este contexto, Podemos y Ciudadanos representan el mensaje de lo nueva política, no sólo porque sean nuevos partidos, si no el mensaje de cierto cambio y regeneración frente a los partidos tradicionales. Lo que se preve es una victoria por mayoría relativa del PSOE, el PP como segunda fuerza política con menos peso que ahora, Podemos como tercera e IU en una situación similar. En cualquier caso, un escenario en el que la gobernabilidad estará presidida por los pactos.
Por último, lo relevante no es tanto, la gobernabilidad en solitario o en coalición si no, a mi juicio, tener una proyecto político a la altura de las necesidades de los ciudadanos y, desde luego, de lo que necesita Andalucía. En mi opinión, gobierne quien gobierne después del 22 de marzo tendrá la perentoria urgencia del presente y tendrá que plegarse al pragmatismo de una gobernabilidad difícil y llena de equilibrios en la que habrá que habrá que conjugar con habilidad los consensos en un escenario político más competitivo. Sin embargo, quién gobierne no debería olvidar que la democracia en Andalucía ha sido una conquista extraordinaria y ha producido grandes beneficios pero no ha logrado superar del todo ni el retraso económico ni ciertos comportamientos políticos e institucionales que hay que erradicar de la vida política y social. Repensar Andalucía en un nuevo ciclo democrático, un nuevo proyecto político. Quién gobierne no debería olvidar que eso es lo que requiere ahora Andalucía.