Sin apenas darnos cuenta este país se puede mirar bajo la mirada de Raymond Chandler porque el momento actual es el de una encrucijada entre El largo adiós y El sueño eterno. La protagonista, una bella mujer madura tiene un problema: está viviendo la peor crisis de su existencia, se enfrenta a un futuro lleno de incertidumbre pero parece estar atrapada en un pasado reciente glorioso que la impide saber con claridad cómo orientar su vida actual y futura. La chica, como han podido imaginarse, es nuestra democracia. Y, mientras encuentra el camino, vivimos entre ese largo adiós a ese pasado glorioso y ese sueño eterno de algo que se desea pero que todavía está por definir.
De hecho, llevamos un tiempo en el que el largo adiós es algo más que una metáfora en la política española. En algo más de un año, se ha llevado a cabo quizá la renovación generacional más profunda de la política española desde la transición. En esta ceremonia de los adioses el último ha sido el de Alfonso Guerra, que el pasado jueves abandonó la política activa, despidiéndose después de treinta y siete años como parlamentario. Con él no sólo se ha ido alguien que ya es historia de nuestro parlamentarismo porque ha sido el único que ha sido parlamentario desde las Cortes Constituyentes hasta su asistencia a su último pleno.
En cualquier caso, recordaremos al que fue uno de los protagonistas de la Transición, el vicepresidente del Gobierno y el responsable junto a Felipe González de la consolidación del PSOE como un partido preparado para gobernar después de la transición. Con él se va un estilo y un proyecto de hacer política. Y también un personaje: el de la frase exacta, la ironía, ese punto exacto para el titular o el mitin: «El día que nos vayamos este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió». También la de ese político lector, melómano y con un fuerte sesgo intelectual: político de ideas, lecturas y amigo de las artes. Nos acordamos más del machadiano y del mahleriano. Sin embargo, olvidaremos su interés en la renovación de las ideas a través de la Fundación Sistema o de la Fundación Pablo Iglesias.
Está claro que él, como todos los que se han ido ya, forman parte de una generación, la que hizo la transición y su momento ha pasado ya. Estamos en un tránsito del largo adiós hacia ese sueño eterno de la democracia eso significa que «ganar de verdad, es que, gobierne quien gobierne, se haga lo que la ciudadanía quiere» (Ada Colau) o «reinventar la democracia» (Juan Carlos Monedero). Relevo generacional, reinventar la democracia y una democracia de los ciudadanos. Muchos estaríamos de acuerdo con esto, el problema es el cómo. Cuando veo uno de estos adioses recuerdo esa frase de Philip Marlowe, lúcido pero sentimental, precisamente en El largo adiós, «decir adiós es morir un poco».