Si hay algo cierto en este nuevo año es que resulta incierto y ni siquiera los politólogos, esa profesión de moda que está en boca de todos, podemos iluminar con claridad en ese futuro tan contingente y en el que vemos más incertidumbres que certezas en el universo político.
Casualmente, el año comenzó con la muerte de Ulrick Beck, ese sociólogo que nos acostumbró a mirar la modernidad desde el concepto de sociedad del riesgo, que afirmaba en Una Europa Alemana (2012) que una de las características de lo que nos pasaba entonces era que «el debate público está casi exclusivamente dominado por la perspectiva económica, lo cual resulta bastante absurdo si uno recuerda cómo la crisis sorprendió a los economistas. Y aquí el problema es el siguiente: que la perspectiva económica pasa por alto que no se trata de una crisis de la economía (y del pensamiento económico) sino, sobre todo, de una crisis de la sociedad y de la política –y del concepto dominante de sociedad y política– No soy yo el que se aventura en el terreno ajeno de la economía, es la economía la que se ha olvidado a la sociedad de la que trata».
El diagnóstico sigue siendo cierto en lo fundamental, sin embargo, desde entonces hasta hoy, lo preocupante es que no parecemos encontrar salida a la crisis de la sociedad y de la política. No parece descabellado afirmar que vivimos desorientados ante una Europa y un país, el nuestro, que necesitan un nuevo impulso político. Más que esto: en ambos casos, un proyecto con una narración, un lenguaje, una historia que ilusione a la ciudadanía. Una nueva historia contada otro lenguaje distinto, un nuevo proyecto lleno de ideas y políticas con soluciones para las necesidades de los ciudadanos y un impulso político que renueve la escena política ante los males de la crisis e impulse la urgente renovación democrática.
Lo que tenemos es una política de la crisis complaciente con unas expectativas tímidas de recuperación y un modelo social cada vez más desigual y frente a esto pocas alternativas: una socialdemocracia desanimada y una repolitización del malestar democrático que está siendo aprovechada por otra izquierda y otros partidos. En una palabra, lo que vemos en estos primeros compases del año, son signos de reaparición, por un lado, de conocidos problemas y, por otro, de una repolitización hacia diversos frentes abiertos que, en ambos casos, parecen conducir hacia un escenario incierto.
La incertidumbre gana terreno cuando en estos últimos días ha aparecido ese terrorismo islámico, que no sólo es un ataque a la libertad de expresión si no a una de las expresiones de esa libertad, el humor político de Charlie Hebdo. Desgraciadamente, nuevas víctimas y la amenaza de ese terrorismo yihadista en Europa. Un problema latente que reaparece ahora y que puede ser un problema serio para la democracia en Europa.
Y, desde luego, el dilema del Sur, entre la incertidumbre y la esperanza. Grecia camina hacia unas elecciones en las que Syriza y Alexis Tsipras pueden encabezar un cambio cuyas consecuencias son difíciles de prever en estos momentos tanto para ese país como para el proyecto europeo. El tema importante no es tanto su comparación con Podemos como si podrá ser una alternativa política a la crisis tanto en su país como dentro del proyecto europeo.
Mientras en el nuestro, nos debatiremos en un año electoral en el que el papel de Podemos, el tripartidismo, el papel de los nuevos líderes en la política española, los nuevos programas, la fragmentación del voto de la izquierda, la cohesión de la derecha, el peso de la abstención, la incidencia en el voto de la corrupción política y, por supuesto, el laberinto catalán serán algunos de esos focos de la incertidumbre.
El 2015 será el año en el que veremos si podemos puede frente a los que podían antes o necesitará ayuda de otros, o si los que podían antes pueden solos o necesitan a otros. Esa será una de las incógnitas del año que veremos despejada. Interesante.