La crisis nos está cambiando. ¿Estamos asistiendo a un despertar de los intelectuales? ¿Vuelve el intelectual crítico y comprometido o engagé o es que, simplemente, Paris vuelve a estar de moda culturalmente hablando? Esta reflexión y estas preguntas vienen a cuento del rechazo este pasado jueves de la máxima distinción que se otorga en Francia, la Legión de Honor, por parte de Thomas Piketty, el autor de El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, México, 2014), el libro de economía de moda.
Piketty constituye un modelo interesante. Es un académico de prestigio, Director de la Escuela de Altos Estudios Ciencias Sociales (EHSS) de París, que después de quince años de investigación ha publicado un libro de casi setecientas páginas, que ha vendido millón y medio de ejemplares y que ya podemos leer en su versión española. En el sostiene la tesis de que el capitalismo genera desigualdad. Lo que denomina «la contradicción central del capitalismo» es la existencia de una fuerza de divergencia por la que el crecimiento del capital es mayor que el crecimiento de la economía, lo que permite a los ricos acumular cada vez mayor capital a partir del momento en que logran mantener sus fortunas reinvirtiendo sus fortunas con parte de sus rentas. El siglo XX fue una excepción gracias al alto crecimiento por la destrucción de capital impuesto por las guerras. Sin embargo, en el siglo XXI con tasas de crecimiento bajas y baja inflación se puede volver a un capitalismo patrimonial similar al del siglo XIX y, por tanto, a un proceso de aumento de la desigualdad. Para evitar esto, el economista francés sugiere, entre otras medidas, un impuesto progresivo anual al capital. Piketty toca un tema clásico pero aporta una mirada y una evidencia empírica nueva. Su publicación llega en un momento en que la desigualdad es mucho más evidente en nuestro modelo social y, por otro lado, su autor se distancia de la ortodoxia económica imperante, situándose dentro de una óptica crítica de las políticas de austeridad, proponiendo algunas ideas a contracorriente para resolver lo que nos pasa.
El asunto tiene una lectura interna, claro. Hace tres años apoyó a François Hollande, sin embargo, ahora que está Manuel Valls de primer ministro hay un distanciamiento claro hacia su política económica y fiscal. Paradójicamente, Francia que reconoce pronto su talento –este año reciben también la distinción también los dos Premios Nobel franceses de 2014, Jean Tirole, Premio Nobel de Economía y Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura–, ve también como el talento francés se distancia de los reconocimientos –Piketty se une a Jean–Paul Sartre, Albert Camus entre los más egregios personajes de la cultura francesa que no aceptaron la Legión de Honor–. En este caso, además se unía no sólo al éxito de ventas de su best seller sino a la excelente reputación del autor en Estados Unidos.
Hay algo que me gusta de Piketty, ignoro las razones personales de su decisión, ni siquiera soy economista y no puedo valorar con suficiente conocimiento la aportación de su obra, sin embargo, me parece que detrás de él hay un esfuerzo de coherencia intelectual. No creo que sea un gesto calculado de publicidad gratuita. No la necesita. Hubiera sido más fácil aceptar el premio en su país y sumarse a los honores y reconocimientos nacionales. Sin embargo, su posición crítica conecta con la idea de los intelectuales y su papel crítico dentro de la sociedad. Parece que esto ya no era posible. Los intelectuales habían perdido ese papel social, la sociedad mediática exige expertos y no intelectuales: expertos que expliquen las cosas claras en los medios de comunicación y, en todo caso, algunos intelectuales de referencia que nos recuerden ese papel, sobre todo, en la prensa. Piketty nos recuerda que en un universo de pensamiento tan dominado por la ortodoxia como el económico es posible el análisis crítico y proponer soluciones distintas: ante la colonización de la economía el retorno de la política, ante la política de austeridad es posible sostener otra política económica ante la crisis. De algún modo, el economista francés representa el compromiso que un intelectual puede tener con la realidad en la que vive y con sí mismo, un compromiso honesto con el conocimiento y también con las consecuencias sociales políticas del mismo, sabiendo hasta donde sea posible que hay que elegir entre lo posible y lo deseable en la construcción de un modelo social razonable para todos.
La crisis no nos permite intelectuales comprometidos que persigan una sociedad reconciliada pero sí el de un compromiso con una sociedad mejor que de la multitud de voces que dentro del espacio público democrático aporten sus análisis, ideas, propuestas, en suma, su talento para este fin. Una utopía modesta pero posible.