Esta clásica vía de la ciudad se ha convertido en un masificado Benidorm para las insoportables cotorras argentinas, gracias a la doble hilera de palmeras canarias.
Existe la sana costumbre entre algunos ciclistas de comunicarse a grito pelado aunque en ese momento atraviesen un casco urbano de Málaga medio adormecido un domingo por la mañana y en el que no se oye una mosca. Entre algunos deportistas de las dos ruedas parece obligatorio hablar como si les separara del compañero un barranco un día de viento huracanado.
Este mismo fenómeno de alzar la voz cuando más enmudecido se encuentra el entorno puede apreciarse en algunos repartidores a primera hora de la mañana, cuando ni los pájaros han abierto aún el pico.
En Málaga, y en el resto de España, impera el ruido, por eso nuestro alcalde recomienda hablar bajito, que es como recomendar educación. Por desgracia, vea usted una tertulia política en la televisión de nuestros días y asistirá, con seguridad, a una exhibición de vocingleros iracundos con la misma pasión (e irreflexión) que unos ultras del fútbol.
En cualquier caso, las despedidas de soltero, los impredecibles beodos vocingleros y las actuaciones musicales callejeras con bafles en calles estrechas tampoco añaden sosiego a la Málaga de nuestros días, sobre todo al Centro, que es el que más padece estos fenómenos.
Pero todo lo comentado es, disculpen la broma, el chocolate del loro, comparado con el ensordecedor griterío que soportan a diario y durante largas horas de cada jornada los desdichados vecinos y propietarios de despachos, comercios y consultas de la Alameda de Colón, azotada por una moderna maldición bíblica. Porque, sin quitar mérito a las plagas de Egipto, en la Málaga de nuestros días lo que se lleva es la plaga de las insufribles cotorras argentinas.
La doble hilera de palmeras canarias de esta ancha vía ha terminado convirtiéndose en un indirecto martirio sonoro, que, triste paradoja, solo las obras a dúo del metro y la Alameda han conseguido aminorar.
En realidad, la Alameda de Colón se ha convertido en un masificado Benidorm para la cotorra argentina, que atiborra con sus dúplex de nidos las palmeras canarias. El incesante parloteo a los dos lados de esta calle, en plan sonido estéreo, pondría de los nervios al mismísimo Dalai Lama, tan dado a la templanza.
Como alguna vez ha comentado el firmante, servidor se alinea con uno de los ecologistas más veteranos y experimentados de Málaga, Miguel Ángel Barba, presidente de la asociación Almijara, que entiende que con las cotorras no sirven traslados, eliminación de nidos ni mesas de diálogo.
Miguel Ángel argumenta que las cotorras son una plaga, recuerda que ya están incluyendo en su dieta frutas tropicales de la Axarquía, algo que puede dañar seriamente la economía provincial, y señala que la solución más adecuada es que acaben convertidas en pienso para animales. Y luego, hasta se hará el silencio en la Alameda de Colón.