En Lagunillas hay espacios que bien podrían recibir la visita inquisitorial de quienes pretenden murales políticamente correctos. Crucemos los dedos.
Hace una semana, el arquitecto y columnista de La Opinión Luis Ruiz Padrón realizaba un somero e irónico repaso al barrio de Lagunillas que, ante la colección de solares que presenta -en un grado que recuerda los tiempos más negros del barrio de La Trinidad- resaltaba cómo la inacción administrativa había llevado al desembarco de murales artísticos de todos los colores y tamaños para tapar los desaguisados.
Se trata de una labor de la que fue el primer abanderado el desaparecido pintor madrileño Miguel Chamorro, de cuyo fallecimiento se cumple estos días un año. Miguel, fundador de Fantasía en Lagunillas, creó la asociación en 2004 para ofrecer clases de apoyo escolar a los niños de este rincón de La Victoria, pero no se olvidó de su faceta pictórica y la primera calle a la que él y los niños le insuflaron color fue la calle Pinillos, con lo que una de las vías más antiguas del barrio, con un adoquinado de tiempos del abuelo de los fenicios, se convirtió en la más vanguardista, en un campo de experimentación de la pintura infantil.
Tuvo por tanto la pintura un carácter educativo e infantil, y sólo ha sido en los últimos años cuando con los murales se ha querido disimular el abandono, a la espera de tiempos mejores, por lo que el carácter educativo ha dado paso al artístico con la función de un trampantojo.
Ha tenido mucha resonancia el barrio en los últimos tiempos por la acción vandálica de un tarugo o taruga, que con una mentalidad ciertamente reaccionaria quiso enmendar la plana a unos versos de Vicente Aleixandre por políticamente incorrectos («La memoria del hombre está en sus besos»). Los hermosos versos del premio Nobel acompañaban un precioso mural de Ángel Idígoras, la versión del famoso beso entre un hombre y una mujer de la foto de Doisneau de 1950.
Si la labor de corrección del pasado va a seguir, ya puede cebarse el vándalo o vándala con escándalos mayúsculos como el amor cortés en plena Edad Media, los versos hirientes de Quevedo a las prostitutas o el hecho de que Elena de Troya fuera tratada como una mujer objeto en un mundo de hombres con lanzas.
Por fortuna, los caminos de reivindicación del papel de la mujer en el mundo actual (el siglo XXI, no 1927) transcurren por caminos mucho más sensatos, pese a ceporras excepciones.
Hasta la fecha, y toquemos madera, ningún carca de estrechas sendas mentales ha corregido por impropio el magnífico mural que en la calle Lagunillas, en la intersección con la calle Alonso Benítez, homenajea a Pablo Arráez y que además cumple el sano fin de ocultar una horrible pared medianera.
Completa este mural el escenario recuperado por los vecinos del solar que hay al pie de la medianera, reconvertido en jardín y aderezado con pinturas bucólicas. El espacio, por cierto, homenajea con gracia a Victoria Kent con un juego de palabras (Victoria de quién). Confiemos en el visto bueno del ‘Tea Party’ de la Lengua Española.