Junto a la calle Jacob, una acequia cubierta regala al paseante un mirador con vistas increíbles, aunque comparta espacio con basuras varias y los restos de un gran cartel publicitario azotado por el óxido.
Una de las sorpresas más desagradables que recibió Charles Dickens durante una tumultuosa gira por los Estados Unidos fue comprobar que un avispado publicista se había cebado con sus piezas dentales: El autor de Grandes esperanzas leyó en un anuncio en el periódico, al poco de su llegada, que para no tener los dientes tan amarillos «como Charles Dickens» había que usar la pasta de dientes X.
La publicidad, en ocasiones, puede producir estragos no sólo en las personas, también en el paisaje. Recuerden el efecto que provocaba un enorme anuncio de la Cueva de Nerja, en lo alto de lo que hoy es el reconvertido hotel Room Mate Valeria, el de la calle Vendeja, frente a los jardines del Barrilito. El anuncio se fue descascarillando, oxidando y perdiendo color, a juego con el edificio, que experimentó el mismo proceso. Al final, por asociación de ideas, al contemplar el conjunto de vivienda y anuncio al paseante le venía a la mente la caída del Imperio Romano.
Un efecto parecido, con los bárbaros a las puertas de Roma, es lo que podrá experimentar todo malaguita que quiera adentrarse por un sendero que en realidad es una acequia cubierta, y que se encuentra en Campanillas. Alguna vez hemos hablado de este envidiable paseo, junto a la calle Jacob, una vez que dejamos atrás la moderna iglesia del Carmen.
De las inmediaciones de la iglesia parte esta acequia que recorre las alturas del gran cerro sobre el que se asienta parte de Campanillas, y que desciende de forma abrupta hasta el arroyo de la Rebanadilla, de ahí que cuente con escaleras de consideración.
Al estar cubierta la acequia en buena parte, deja a los paseantes un paseo mirador de algo menos de un kilómetro, con vistas grandiosas sobre el finisterre del término municipal, el Valle del Guadalhorce, Cártama, Alhaurín de la Torre y la Sierra de Mijas.
El emplazamiento idílico se ve truncado por la existencia de una pieza destartalado que sólo enriquecerá los fondos del Museo Arqueológico si se mantiene en pie los próximos tres siglos. Se trata de un enorme y desvencijado anuncio, azotado por el óxido, en peor estado que los dientes de Dickens porque ha perdido casi todas las partes que componían el puzzle publicitario original. Por los pocos paneles que sobreviven, se lee la mitad de la palabra Dolmen y se aprecia, entero, el dibujo de una de estas creaciones prehistóricas.
Adereza el conjunto un catálogo completo de excrecencias basuriles que acompañan al incauto visitante a lo largo del camino. La sombra del ciprés será alargada, pero la de los botelloneros no se queda atrás.
Si algún día la acequia pierde su uso, este podría ser un mirador maravilloso para el barrio, tan paseable como el de la Alcazaba, pero antes habría que despejar el terreno de basura y retirar un anuncio que perdió su razón de ser hace muchas lunas .