La joven que disfrutaba de un objeto misterioso

22 Jun

En nuestra ciudad todavía quedan personas capaces de combatir las férreas normas sociales. A continuación, una pequeña historia, basada en parte en hechos reales y surgida de un reciente viaje en metro.

Gracias a la globalización, en nuestros móviles, tabletas y ordenadores podemos tener acceso a los vídeos más apasionantes de todo el planeta: perros que aúllan en inglés, loros que bailan reguetón, dialécticos cortes de manga (‘zascas’) a los políticos o tertulianos que se nos atraviesan…

El principal alimento audiovisual del siglo XXI es una reelaborada macedonia de los antiguos Vídeos de Primera de Alfonso Arús, sin olvidar la pausada coña de los memes casi instantáneos.

Precisamente por gozar de semejante caudal informativo en nuestros bolsillos, los usuarios que ayer al mediodía viajaban por el mundo subterráneo de Málaga, desde la estación de Puerta Blanca a El Perchel (es la última, no busquen que de momento no hay más), se sorprendieron ante el inusitado gesto de una veinteañera.

La joven, con la misma actitud retadora ante las férreas normas sociales que Virginia Woolf o Rosa Parks, extrajo de una bolsa un objeto rectangular realizado con una suerte de pasta de papel, de tal forma que formaba un compacto conjunto de hojas, sujetas por un frontal, también de papel, pegado o quizás cosido para que el contenido no se desperdigara.

De un grosor considerable, la joven abrió de par en par el objeto, a la altura de la estación de La Luz-La Paz, y comenzó a escrutarlo en silencio, sin que en él se apreciaran ni vídeos de gatos ni cantantes de La Voz emulando los agudos de Celine Dion. El pasaje, inquieto, se arrebujó en los asientos. Un señor dirigió una mirada de angustia y desconcierto a la joven antes de salir por pies en la siguiente estación, El Torcal. El nerviosismo prendió en el ambiente, al tiempo que la osada joven, que seguía absorta frente al objeto, pasaba las páginas con el gesto más natural del mundo.

El autor de estas líneas, testigo del tenso viaje, reparó en que lo que la joven sostenía estaba atravesado por líneas negras horizontales, a modo de un ejército de hormigas y pese a paisaje tan tedioso, la chica no dejaba de sonreír.

A su lado, un par de jóvenes desconcertados apartaron sus ojos de un vídeo de hooligans beodos que entonaban canciones pop y observaron con curiosidad y resquemor el fenómeno.

Las estaciones se sucedieron; en Princesa-Huelin una señora, molesta, comenzó a carraspear y a murmurar mientras su dedo índice tembloroso trataba de descargar un chiste con risas grabadas. En La Isla, cuatro pasajeros se bajaron de forma precipitada.

El misterio no se desveló hasta el final, cuando el metro llegó a la estación de El Perchel. La joven retadora cerró de golpe el objeto -el ruido desconocido hizo que un niño sentado enfrente diera un respingo- y lo abrazó contra el pecho antes de salir: Podía leerse, sin pantalla, Miguel de Cervantes. Novelas ejemplares.

En el vagón no dábamos crédito. «¡A dónde vamos a ir a parar!», soltó un señor con un iphone X. Resulta que era un libro de esos…

(A los amigos de la Librería Luces, en su 15º aniversario).

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