La acción del viento en un paseo sin filipenses

21 Abr

El pasillo peatonal entre la Comisaría de Policía y el Centro de Salud de La Palma-Palmilla está poblado por un innovador híbrido entre plásticos y plantas.

Una vieja tradición del instituto Vicente Espinel (el Gaona, para casi todo el mundo), del que esta semana contamos que conserva la mayor colección mundial de azulejos sevillanos sobre El Quijote, aseguraba que no era recomendable comer aguacates del vetusto aguacatero del centro.

La razón, aseguraban los estudiantes de los años 60 y 70, era que el árbol se nutría de los restos de los filipenses enterrados bajo sus provectas ramas.

No parece que dé frutos comestibles y por tanto, ninguna leyenda truculenta propia de Gustavo Adolfo Becquer acompaña un ejemplar junto a la avenida de La Palmilla, que un servidor, por sus limitaciones botánicas y dado que a estas alturas no presenta ninguna floración, en un principio pensó que era un nogal pero luego se quedó in albis, sin poder identificarlo, así que si alguien le saca de dudas, se lo agradecerá.

El caso es que el árbol, libre de filipenses que duerman el sueño de los justos, se encuentra en una pequeña vía peatonal entre la Comisaría de Policía y el Centro de Salud de La Palma-Palmilla (la jerga administrativa malaguita, afín a cargarse todos los artículos posibles, ha dejado el distrito convertido en Palma-Palmilla, a secas, como muchos saben). Y lo que podría ser un paseo muy agradable hacia las sequedades del río Guadalmedina, que está al fondo, se convierte en un catálogo de olvidos municipales.

Por ejemplo, desde finales de 2014 o en un momento determinado de 2015, falta de su domicilio un árbol junto a la comisaría. En su lugar hay un alcorque florecido gracias a una profusión de matojos, tan inextricable, que todas las basuras que arrastra la ventolera se quedan prendadas de las matas y forman una especie de escultura urbana de vertedero. No es el único alcorque huérfano de árbol que presenta este corto paseo.

Además, podemos apreciar las revolauras del viento porque nada más llegar al Guadalmedina resurgen las matas que también cuentan con bolsas y basuras varias de recuerdo. Este híbrido de vegetal y plástico toma las escalinatas y las rampas que descienden al río,

En el pasillo ribereño se aprecia además una parte terriza y otra con cemento, recuerdo de los tiempos en que posaron sus reales los tenderetes del mercadillo del barrio.
Podía ser este un paseo muy agradable si no estuviera tan huérfano de cortacésped, podadoras mecánicas y barrenderos. Lo único que se mantiene en un estado aceptable son los bancos.

Será casualidad, pero hasta la fecha, en todas las ocasiones que el firmante ha visitado esta callecita peatonal la ha encontrado para el arrastre. Lástima, con el partido que se le podía sacar.

Descenso

Todo lo que baja puede subir como los corchos. Ánimo.

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