Sobre una loma vecina del Asilo de los Ángeles descansan desde hace años restos ciclópeos que o pertenecen a una antigua civilización o son un asunto del servicio municipal de limpieza.
Acabamos de conocer que los neandertales tenían alma de artistas y no eran unos garrulos que partían rocas con la cabeza tal y como, valga la redundancia, los pintaba el saber popular.
Tan maravilloso descubrimiento, en el que la Cueva de Ardales ha tomado parte de manera crucial, enriquece el pasado de la Humanidad, que aunque algunos profetas de la patria crean, no comenzó en 1714 y se remonta bastante más atrás.
Descubrir nuevos horizontes en la Historia y en la Prehistoria es muy gratificante, ahora que el futuro se avista plano y soso como la estepa. Los expertos en el pasado deben estar preparados para hechos que, bien contextualizados, pueden seguir abriéndoles puertas sin llave.
En esta línea, aquí van unas pistas que quizás cambien el acervo arqueológico de Málaga o, en último caso, hundir el prestigio de la recogida municipal de residuos.
Se trata de una zona por la que el firmante pasó hace un par de semanas, la confluencia de la calle Pedro Gómez Sancho con la calle Máximo Gorky, en las inmediaciones del Asilo de los Ángeles.
Desde hace años dormita justo en esa esquina un cerro en flor que linda con la rugiente avenida de Valle-Inclán, un paso continuo de coches escopetados cuyos conductores apenas tienen un segundo para percatarse del prodigio arqueológico que tienen junto a la ventanilla.
Porque en esta loma olvidada, por la que el paseante debe andar con tiento para no pisar una de esas cacas de la suerte de origen humano o perruno, hay esparcidas unas evidencias del pasado de las que dimos cuenta hace años y que, por descontado, ningún experto arqueólogo o barrendero de Limasa se ha dignado examinar y, en su caso, retirar.
El cerro en cuestión está perlado de restos de antiguas construcciones. ¿Qué ciclópeas estructuras coparon esta suave loma: palacios de Tartessos, anfiteatros de Roma, ventorrillos?
La duda estriba en saber si los grandes bloques esparcidos llevan por aquí desde el inicio de los tiempos o si algún mastuerzo los ha transportado, al confundir el montecillo con una escombrera.
Y junto a los restos arqueológicos que nadie registra, estudia o envía a Los Ruices, también se aprecia un intento de civilización posterior, en concreto, una hilera de plantaciones de lo que parecen pequeños acebuches, cuyos primeros pasos en esta vida han sido protegidos por un cerco de piedras.
Convive la elevación con un cartel publicitario, situado de forma estratégica para que distraiga a los conductores y luego la loma, que estalla de flores en la parte más sureña, va descendiendo de forma suave hasta un descampado siniestro, en el que no faltan, como manda la tradición, barro ni charcos.
Este es el escenario. Juzguen ustedes si hay que musealizarlo o limpiarlo.