Para dejar atrás el pasado de ciudad ninguneada por los turistas, nada mejor que apoyar la torre del Puerto, aunque sea una salvajada.
Hace algo menos de medio siglo, en un pleno municipal volcado con el progreso y desarrollo de la ciudad, se decidió aumentar la altura de los pisos de La Malagueta, pues no les parecían suficientemente altos a nuestros entusiasmados munícipes.
Medio siglo más tarde, el pasado viernes asistimos a un revival de esta gesta del desarrollismo franquista, que dejó tocada para los siglos la fachada marítima de la ciudad, con la aprobación de una moción para que el hotel casino del Puerto continúe su marcha trifunfal hasta que sea una realidad.
Al apoyo de populares y de Ciudadanos se sumó el desconcertante espaldarazo de los socialistas, que siguen el camino marcado por el espartano presidente de la Autoridad Portuaria, que será recordado con cariño en esta ciudad por haber anulado visualmente la joya histórica más importante a su cargo, la Farola de Málaga y por detalles de cargo público de primera como haber dado esquinazo a un grupo de asesores de la Unesco.
Estos, los asesores de la Unesco, reconocidos expertos en patrimonio y paisaje, han subrayado el impacto «irreversible» del hotel en un informe demoledor. La mayoría del pleno, por contra, ha preferido obviar estas rabietas de expertos y seguir como si nada con el rascacielos. Así que, concluye uno, las críticas al hotel por su erróneo emplazamiento durante el foro de la ONU sobre cambio climático -celebrado hace unos días en Málaga- también serán consideradas fruslerías que no frenarán la lluvia de euros.
A un servidor esta actitud le ha recordado algún pasaje de la Teoría del majarón malagueño, de su humilde autoría, en la que siempre desde el punto de vista del humor teorizaba sobre el complejo de inferioridad de todo nuevo rico y como Málaga reaccionaba como tal después de años de carencias y de ser una ciudad ninguneada y evitada por los turistas.
Porque, si hace cosa de medio siglo el estiramiento del aciago murallón de bloques de La Malagueta supuso un fallido golpe en la mesa para entrar en la modernidad y hacer un corte de mangas definitivo a la posguerra, la consecución del rascacielos del Puerto es la guinda (rancia) que corona la meritoria salida de Málaga de la categoría de ciudades invisibles, con permiso de Calvino, gracias a la peatonalizción y a la llegada de museos, aunque algunos de ellos sean alquilados.
Para no volver a pasar hambre, como la heroína de Lo que el viento se llevó, para olvidar el pasado de ciudad de tercera, azotada por un desarrollo urbanístico de ciudad colonial africana, la tremebunda torre, tan alta como Gibralfaro, nos recordará a diario, no lo que fuimos, sino lo que ya somos: los mismos ilusos satisfechos que hace medio siglo.
Entre los expertos de la Unesco, el foro de la ONU y el consejo de sabios del pleno, el firmante se queda con los dos primeros y sus serias advertencias de que podemos desgraciar las vistas de la ciudad para los restos y crear un riesgo innecesario en pleno cambio climático.
En cualquier caso, tomemos nota de la votación del pasado viernes. Si finalmente se construye el bicho y confirma los peores temores de los expertos, ya sabremos a qué políticos pedirles responsabilidades por su miopía, acomplejamiento o inconsciencia.