El puente de San Luis Rey, rodada en Málaga en 2003, es un compendio de todos los topicazos sobre la leyenda negra española, y esa hoguera de la Inquisición que no falte en la plaza del Obispo.
Una de las películas más malas de lo que llevamos de siglo se rodó en Málaga. Trajo a nuestra ciudad, pocos meses después de que se peatonalizara la calle Larios, a actores de fama internacional, uno de los cuales, Robert de Niro, estaba metido en nuestro subconsciente cinéfilo en dos escenas repetidas en muchos monólogos: la del taxista tarumba que gesticula, pistola en mano, frente al espejo y la del sádico que, subido a un barco, busca con fruición un abogado.
Se trata, como muchos habrán adivinado, de El puente de San Luis Rey, basada en una novela publicada en 1927 de Thornton Wilder, el mismo autor de Los idus de marzo.
La novela es infinitamente más interesante que la película, que, visto el resultado, resultó lo que la Real Academia define como «cosa mal hecha, desordenada, de mal gusto», pero que a su vez, proviene del caldo con mendrugos y sobras que se daba a los pobres en las porterías de los conventos: el bodrio.
Ambientada en el siglo XVIII, en el virreinato del Perú, como no podía ser menos en toda producción que tenga al extinto imperio español como telón de fondo, no falta su hereje tostado a fuego lento en una hoguera, pues parece que España fue el único país del mundo en el que, en esos tiempos, funcionaba la Inquisición.
Las investigaciones de las últimas décadas, y ahí está ese gran trabajo de nuestro churrianero adoptivo, Julio Caro Baroja y el reciente de Elvira Roca, han desmentido de forma rotunda que los inquisidores estuvieran todo el día con la hoguera encendida y que fuera un fenómeno exclusivamente español.
Desde el siglo XVI hasta su extinción se calcula que fueron condenadas a muerte unas 1.300 personas, cuatro de ellas en tiempos de Carlos III y Carlos IV, y no solo por motivos religiosos, pues a la Inquisición le competía el enjuiciamiento de muchos delitos. En cuanto a torturas, se calcula que se aplicaban en un uno por ciento de los interrogatorios. Cifras tremendas, en todo caso, pero que se quedan en pañales con las salvajadas cometidas en países protestantes como Inglaterra o Alemania, todo hay que decirlo, aunque los españoles carguemos con la mala fama.
En Málaga, por cierto, apenas hubo autos de fe. Se celebró uno poco después de la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos, cuenta Narciso Díaz de Escovar. El motivo era que en nuestra ciudad no había un tribunal del Santo Oficio sino comisarios que hacían las primeras diligencias y luego enviaban a los detenidos a Granada.
Por todo ello, aunque la acción transcurra en el Perú, contemplar en la plaza del Obispo, en el siglo XVIII, una hoguera con un pobre hombre asándose vivo es una exageración que sumar a una película que hizo posible que viéramos a Robert de Niro en la Manquita, a Harvey Keitel en La Concepción y poco más…salvo mucho humo.