Monumentos adaptados al presente siglo XXI

12 Dic

Quienes consideren que las esculturas de próceres son una moda anacrónica deberán desterrar sus prejuicios y darse una vuelta por el Parque para ver cómo se adaptan algunas de ellas a la más rabiosa actualidad.

Cuenta la historiadora Elvira Roca, que cuando gracias a un avanzado laboratorio farmacéutico del Perú hispano, en el siglo XVII comenzó a difundirse por Europa la quinina, también llamada el caucho jesuita, en algunos países protestantes se vio como un invento del maligno bastante desaconsejable, lo que evidencia que los tópicos sobre el atraso científico español deberían cuestionarse.

También quienes ven los homenajes en bronce a próceres, bien sean prohombres o promujeres, como una rémora del XIX, una ñoña forma de reconocimiento, deberían darse una vuelta por el Parque de Málaga para desterrar sus prejuicios.

Si así lo hicieran, comprobarían cómo, gracias a la colaboración entre el Ayuntamiento y malagueños anónimos -eso que en lenguaje relamido se conoce como «crear sinergias»- las esculturas públicas están en un rápido proceso de adaptación al siglo XXI. Aunque tampoco olvidemos que nuestro siglo, lo mismo acoge en su seno punteras empresas digitales en California que arcaicos alcaldes soberanistas, varas de mando en alto, como si con ese gesto montaraz quisieran poner coto a un mundo sin fronteras.

El caso es que, gracias a la reciente rotulación de las esculturas públicas, llevada a cabo por nuestro Consistorio, sabemos que el monumento al comandante Julio Benítez, el héroe de Igueriben, fue realizado en 1925 por Julio González Polo, y que durante años presidió la plaza de la Marina (entonces llamada plaza Augusto Suárez de Figueroa), antes de terminar en el Parque.

Una reciente moción ha destacado un hecho botánico difícil de evitar: mientras las palmeras que lo rodean no peguen el estirón, seguirá oculto, como si en lugar de en el norte de África, nuestro militar hubiera protagonizado alguna hazaña en las selva de Filipinas.

Si lo traemos aquí a colación, es porque cualquiera que se abra paso entre las palmeras descubrirá que guarda un gran parecido con los monstruos con pinchos que aparecen en la película de terror de los 80, Hellraiser.

El motivo de este toque retropunk no es otro que evitar las cagadas de las palomas, de ahí que la cabeza del comandante y los hombros estén llenos de pinchos para disuadir a las aves.

Por cierto que una obra todavía no adaptada a Hellraiser y muy propensa a las cacas de las palomas es el vecino busto de Carlos Larios Martínez, marqués del Guadiaro, cuya noble testa es un campo de despegue y aterrizaje de todo tipo de aves.

Un look mucho menos terrorífico y más pandillero-invernal era el que lucía el pasado domingo el busto de Don Narciso Díaz de Escovar, obra de Juan López Merino en 1932. En la soledad de su glorieta en el Parque, el cronista de la ciudad exhibía un gorro de lana azul marino. Para que luego digan que nuestras esculturas públicas no están al día.

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