El muro centenario y el palomar pródigo

23 Nov

El enrejado en 2004 de los salideros del muro de la calle Guillén Sotelo han pasado, la mayoría, a mejor vida, así que vuelven las palomas y sus blancos dones.

En una preciosa fotografía que hemos comentado alguna vez en esta sección, un destacamento de soldados, pertrechos al hombro, parece a punto de embarcar para alguna correría en el norte de África. La foto está tomada hacia la segunda década del siglo XX en la actual calle Guillén Sotelo, la que está a la espalda del Rectorado, el Banco de España y el Ayuntamiento y muestra el famoso muro de contención del cerro de la Alcazaba, con un par de anuncios de grandes caracteres pintados.

El muro sustituyó a comienzos del siglo XX un complejo de caserones militares que como recordó en este diario la antigua archivera municipal, Mari Pepa Lara, se conocía de forma conjunta como el Cuartel de Levante, que a su vez en el siglo XIX sustituyó a varios corrales para el ganado, un taller de carpintería y una fragua.

La demolición tuvo lugar entre finales de 1905 y 1908 (esta última fecha, aproximada), y en su lugar se levantó este gran muro de mampostería careada (con las piedras labradas por un lado) y concertada (con formas de polígonos), unida con mortero de cemento.
Como explicaba ayer a esta sección el académico e historiador del urbanismo malagueño, Manuel Olmedo, era una forma de construcción de obra pública muy característica de la época. Ahí tenemos también el caso del muro del Camino de la Desviación, en El Morlaco, que es de una factura casi idéntica.

Es una modesta joya de la obra pública, pero desde que en los años 20 del siglo pasado se puso de moda tener palomas en las ciudades españolas, por influencia, primero de Venecia y luego del Parque de María Luisa de Sevilla, estas aves fueron colonizando nuestra ciudad y, con el paso del tiempo, transformaron los agujeros para el desagüe de la muralla en sus palomares.

Tal fue el éxito de esta solución habitacional, que pasear bajo la muralla se convirtió en una experiencia traumática para los peatones, que si miraban al suelo veían la acera totalmente perlada de cagajones.

Ante el aumento de las deyecciones, con perdón, el Consistorio, decidió colocar unas rejillas en los desagües. Fue en el otoño de 2004 y la medida funcionó, pero como los años han ido pasando y esas rejillas no eran la consistencia personificada, han ido cayéndose con todo el equipo y en la actualidad, el palomar de piedra vuelve a ser una realidad.

Pero los tiempos han cambiado. Si hace 15 años nos visitaban cuatro gatos y su dueño, hoy los visitantes son legión y muchos de ellos pasean por la calle Guillén Sotelo para utilizar, por ejemplo, el ascensor de la Alcazaba. Ya me dirán qué les aporta, en su visita a Málaga, una probable cagada de paloma.

El resultado es que muchos paseantes obvian el muro centenario y optan por la acera del Rectorado. Volvemos al punto de partida. Y no es plan.

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