Mañana hace cinco años que la parcela y el edificio de la cárcel pasaron al patrimonio del Ayuntamiento. Pocas veces ha lucido peor.
El pasado lunes el concejal de Medio Ambiente, Raúl Jiménez, explicaba de forma detallada en una rueda de prensa el porqué de las polémicas talas en Gibralfaro, que forman parte de un plan de autoprotección contra incendios, aunque la Plataforma Ciudadana en Defensa del Monte Gibralfaro, muy crítica con estas actuaciones, seguía sin compartir la justificación municipal.
El miércoles de la semana pasada, el autor de estas líneas, que como los personajes de novela negra siempre vuelve al lugar del crimen, regresó a los alrededores de la antigua prisión provincial, en la avenida José Ortega y Gasset, para comprobar si el rodaje en junio en la prisión de una serie internacional para Netflix, Black Mirror, había elevado la temperatura cutánea -mayormente de los mofletes- de los responsables de la limpieza de este Lugar de Memoria Histórica, pero no ha sido así. Para actualizar la situación, un fotógrafo del periódico se pasó ayer, y constató que el estado de revista seguía lejos de alcanzarse en este monumento, que si en nuestros días lo visitara Victoria Kent -la malagueña que fuera directora general de prisiones en 1933, cuando abrió la cárcel- se llevaría las manos a la cabeza y si pudiera, reñiría a los responsables del desaguisado.
Porque resulta inexplicable e injustificable que durante buena parte del año, este símbolo para tantos malagueños esté hecho unos zorros y exhiba unos patios delanteros que son lo más parecido a un vertedero.
Cierto que los vecinos incívicos no ayudan y que si domaran el instinto salvaje que todos llevamos dentro, la antigua prisión no tendría por qué contener en estas terracitas delanteras cientos de latas de cerveza, concentradas en la parte que da a la calle Virgen del Pilar o las modalidades más variadas para guardar comida para gatos (es un decir, porque la tradición manda que acudan otros animales a darse el festín y algunos viven en el subsuelo).
Desde luego que con vecinos que respetaran la etiqueta la vieja cárcel estaría mucho más presentable pero también lo que falta, mayormente, es un jardinero y si es posible, con una sierra mecánica para acabar con todos los hierbajos en los que muy pronto, una jirafa podrá pasar desapercibida.
Por eso, uno no sabe ya si llamar a los técnicos municipales que esos días talan árboles en Gibralfaro, con el personal dividido, para que en la antigua prisión realicen al menos un cortafuegos.
Junto a los patios se escenifican tertulias. Quiera Dios que ningún contertulio tire de forma refleja una colilla y revivamos la Noche de San Juan.
Mañana hará cinco años que la parcela y el edificio de la cárcel pasaron a formar parte del patrimonio del Ayuntamiento de Málaga. Un Lugar de la Memoria Histórica en pleno casco urbano no debería exhibir tanta falta de respeto.