Al hilo de las dos grandes pintadas que desde esta semana luce el muro del Cementerio Inglés, repasamos los hitos más importantes de este hermoso Bien de
Interés Cultural.
Cuenta el incansable viajero Richard Ford, que cuando los malagueños vieron cómo el nuevo Cementerio Inglés, en un olvidado terreno municipal repleto de matojos del Camino de Vélez, exhibía una cruz en la fachada, algunos de los testigos se asombraron de que semejantes «herejes» gastaran cruces como los católicos, apostólicos y romanos.
Esto ocurría en 1831, después de años de esfuerzos del cónsul británico William Mark, que por fin conseguía que los no católicos dejaran de ser enterrados en la playa, en posición vertical, entre ellos, el comerciante de Londres John Bevan, quien en 1816 pasó al otro mundo de esta humillante manera en una playa de Málaga.
Los años fueron pasando y en 1846, ante la abundancia de extranjeros empeñados en morirse, se consagró como cementerio el jardín que rodeaba el primitivo camposanto, que fue enriqueciéndose con las plantas que llegaban de Gibraltar pero también de Grecia, en especial las enredaderas.
Como recuerda uno de los mejores conocedores del Cementerio Inglés, el profesor Francisco Rodríguez Marín, una década más tarde, las chumberas que delimitaban el terreno dieron paso a un muro de piedra, al tiempo que el cementerio estrenaba portada con leones y casita neogótica del guarda. Este fue el camposanto que conoció Han Christian Andersen, que contó de él que «me parecía andar por un trozo de paraíso, por el más maravilloso de los jardines».
Este primer muro, sin embargo, no fue construido con la pericia debida y cerca de medio siglo más tarde, en 1904, la parte que da a la avenida de Príes tuvo que ser reconstruida. En 2011, por cierto, el camposanto fue declarado Bien de Interés Cultural.
Todos estos antecedentes nos ponen en situación frente a los zangolotinos, uno de ellos de 19 años, que fueron sorprendidos realizando pintadas en el muro principal del Cementerio Inglés (un segundo tipo vigilaba, de forma bastante defectuosa, por cierto, por si aparecía la policía). Por fortuna, un vecino ejemplar avisó a la Policía Local, que sorprendió a los tarugos en plena acción.
Se trata de dos pintadas de la modalidad de egolatría acusada y de un tamaño exagerado que copan todo el lienzo del muro que queda libre entre la masa de buganvillas. Realizadas con pintura roja y plata, simbolizan el universo primitivo, monocolor y desconsiderado del autor o autores. Un tercer sujeto tuvo la agilidad suficiente como para salir por patas y saltar el muro del Colegio de las Teresianas, por lo que confiamos en que las cámaras de vigilancia den pronto con su persona.
A partir de aquí, sólo hay que esperar, aparte de que ellos o sus familias paguen una multa por sus desmanes, una pronta mejoría intelectual y el acrecentamiento de su civismo y sensibilidad artística. Tienen mucho que aprender hasta convertirse en personas normales, pero que no se desanimen, lo lograrán.