Influencia alucinógena en pintadas parroquiales

1 Jun

El lateral de la iglesia de Santiago, en la calle del mismo nombre, despliega estos días una ristra de pintadas de las que perjudican el cerebelo.

Alguna vez hemos hablado aquí de la transformación que sufrimos cuando las fuerzas primarias se apoderan de nosotros y seguimos los instintos, bien sea para increpar al delantero que acaba de marcar al equipo de nuestros desvelos, para imitar malamente a Bruce Lee en una discusión de tráfico o al promover un referéndum ilegal porque yo lo valgo.

Algo del despertar de estas fuerzas primitivas de la Naturaleza hay en esas pintadas que tienen como motivo principal, y quién sabe si como motor artístico, las sustancias alucinógenas.

En Campanillas, con vistas a su río y al valle ya documentamos hace meses una suerte de altar alucinógeno que, de no haber sido blanqueado semanas más tarde, habría aportado a los arqueológos de siglos venideros preciosa información sobre los rituales de ocio y despiporre de este arranque del siglo XXI.

En la misma línea y con el fin de dejar constancia de ello, pues deberían desaparecer cuanto antes mejor, podemos encuadrar algunas de las pintadas que en las últimas semanas se han gestado en el lateral de la parroquia de Santiago, en la calle que lleva su nombre, como da fe una preciosa placa, como mínimo del XVIII.

El lateral de la iglesia más antigua de Málaga, y quién sabe si por influencia del niño bautizado en ella más famoso (Pablito), ha sido un constante campo de pruebas de los artistas más variados, unidos, eso sí, por una acusada falta de pericia.

No parece que vaya a salir de esta cantera de bachi-buzuks ningún Barceló, Tapies o Chicano, pues estos artistas, para empezar, tenían otras cosas mejores que hacer en sus tiempos mozos que ponerse a ensuciar monumentos históricos.

Con el firme deseo, pues, de que desaparezcan, encontramos estos días en la agredida pared parroquial invocaciones al LSD, al speed, la cocaína y frases elaboradas en nuestro legendario inglés de los Montes como «Aki no my friend» o bien que animan al consumo de estupefacientes, una vez desplegada la lista de sustancias que perjudican seriamente el cerebelo («All you want, my friend», «Smoking sanjan everydays»).

En suma, estas y otras pintadas constatan que el autor o autores de estas pintadas no aprovecharon como debieran las clases de inglés del colegio ni mucho menos las de Historia del Arte o la extinta Educación para la Ciudadanía, pues de haberlas digerido serían hoy personas de provecho, respetuosas con las calles que pisan.

Si son adolescentes tienen remedio, pues suele tratarse de una etapa de reajuste que provoca estridencias pasajeras como esta. Confiemos en que, dentro de 15 o 20 años, cuando los mismos autores pasen por la calle Santiago y recuerden su tropelía, se sonrojen y achaquen el desvarío a la edad, a las sustancias consumidas o a la búsqueda de ese centro de gravedad permanente que pregonaba Franco (Battiato). Suerte.

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