Con la fastuosa floración de las jacarandas, los amantes de los grandes espectáculos de la Naturaleza ponemos menos pegas ante la proliferación de este precioso árbol que también provoca muchas molestias.
Hay momentos del día en los que cuesta mirar las copas de las jacarandas, por esa fusión perfecta entre el cielo azul de mayo y el malva intenso de las flores.
En las plazas de Capuchinos y de la Merced, espacios reducidos y perfectos, la profusión de estos árboles hace que cada año en ellas se geste la verdadera consagración de la primavera, con permiso de don Igor Stravinsky.
Ante tanta belleza, muchos malagueños, servidor el primero, arrinconamos las quejas que nos produce el pisar estas flores que, una vez que abandonan las alturas, se convierten en una sustancia pegajosa en contacto con el zapato.
Desde las alturas de Gibralfaro, para aminorar la mejorable impresión del disparate urbanístico de La Malagueta, los turistas señalan la explosión de flores malvas que surge del verde intenso de los Jardines de Puerta Oscura y el fulgor violeta que se adivina en mitad del Parque.
A propósito de estos árboles, hay una anécdota preciosa que le ocurrió hacia 1907 a la joven escritora neozelandesa Sally MacDonald, que cogió sus bártulos para casarse en la lejana Rodesia (hoy, Zimbabue) con su prometido.
La pareja de recién casados vivía a pocos metros de un árbol con el tronco negro y la corteza rugosa que no parecía muy prometedor. El marido pensó que lo mejor era cortarlo y hacer leña del árbol caído, pero su esposa pensó que tenía buen porte y que era un pena convertirlo en combustible para la chimenea, así que lo convenció para que lo dejara para otro año.
Llegó la primavera y un buen día, el marido despertó a su mujer para empujarla, literalmente, fuera de la casa y así contemplara el milagro: de la noche a la mañana el árbol había florecido y se había convertido en una cúpula de intensas flores violetas que dejó a la pareja extasiada.
Sally MacDonald comprobó que se trataba de un exótico árbol llamada jacaranda o jacarandá, y para celebrar este hallazgo, organizó bajo la copa florecida una merienda a la que invitó a todos sus vecinos.
Por descontado, el impulsivo marido no volvió a plantearse talar este maravilloso árbol.
Esa es la conclusión a la que muchos malagueños llegan. Las hojas de las jacarandas molestan y ensucian las aceras, muchos de estos ejemplares se han plantado, años ha, a la buena de Dios en las calles de Málaga, con alcorques pequeños que levantan las aceras y sin calibrar la anchura de las vías. Las molestias son evidentes, pero luego llega el mes de mayo y algunos críticos con esta alocada disposición de los ejemplares enmudecemos ante la maravilla de todas las primaveras. Qué le vamos a hacer.
Legalidad, no estética
Algunos lectores comentaban ayer que les gustaba el mosaico de la gitanilla pixelada del Palacio del Obispo. No es una cuestión de gustos, es que está prohibido hacer algo así en un BIC y para mejorar la situación, sin permiso.