Los turistas españoles que ayer se arracimaron ante uno de los dos grandes ficus de la Casita del Jardinero nos recuerdan que Málaga puede también darse a conocer por su precioso patrimonio botánico.
Antes de que el manga japonés se pusiera de moda y dejara el panorama del cómic europeo manga por hombro, los niños malagueños de los años 50 y hasta los 90 podían disfrutar, gracias a continuas ediciones y reediciones, de grandes clásicos americanos como el Príncipe Valiente, El hombre enmascarado o Flash Gordon, ya fuera en forma de cuadernillos o encuadernados en tomos.
Este último tebeo se adaptó al cine en una horterísima película de 1980, que de lo mala que era hasta se recuerda con cariño. De la saga de Flash Gordon, al firmante le encantaba el príncipe Barin porque era el dueño y señor de Arboria, un exótico reino construido sobre árboles gigantescos que parecían fundirse con el cielo.
Ayer, el autor de estas líneas tuvo la impresión de toparse con un club de seguidores de Flash Gordon y el príncipe arborícola. Se trataba de un grupo de turistas del norte de España que, nada más desembarcar en la calle Juan Luis Peralta, la que separa el Rectorado de la Casita del Jardinero del Parque, rodeó, como quien adora una deidad prehistórica, el ficus de raíces aéreas que desdeña la verja de la casita y trasciende sus límites.
Los turistas sacaron sus móviles y comenzaron a inmortalizar, desde diferentes ángulos, esta joya vegetal. Mentalmente, un servidor recordó que todavía les quedaba por fotografiar, por ejemplo, la eritrina que en los jardines de Ben Gabirol estos días exhibe unas flores que parecen corales extraidos de los mares del trópico y si se pasearan por el Parque o los jardines de Puerta Oscura ,tendrían para dar y tomar.
Nuestras autoridades viajan que es una barbaridad para publicitar Málaga desde el punto de vista de los distintos segmentos turísticos. Ignoramos qué alma en pena puso de moda en el mundo del Turismo el sustantivo segmento y el verbo segmentar, por los que se pirran los cargo públicos del ramo, pero deberían desterrarse a la hora de hablar de algo tan bonito y florido como el turismo botánico.
Aunque todavía no nos lo creamos y el común de los malagueños sólo distinga entre naranjos, ficus y palmeras, Málaga esconde una maravilla botánica en sus calles y jardines que se podría potenciar mucho más.
Claro que el propio auge del turismo puede provocar actuaciones tan lamentables como la desaparición de un veteranísimo ejemplar de tipuana para dejar espacio al aparcamiento del hotel Miramar, pero en líneas generales, la Málaga de los tesoros botánicos se mantiene y podría darse a conocer mucho más, con la idea de que, aparte del Jardín de la Concepción, hay árboles y plantas muy notables por sus barrios.
El turismo botánico traería a nuestra ciudad a visitantes respetuosos con el Medio Ambiente, sensibles y capaces de admirarse ante el espectáculo inolvidable de unas raíces aéreas. El lema nostálgico estaría claro: Málaga, la Arboria del sur.