
Es una lástima que los guionistas de la nueva serie de TVE Carlos no incluyeran en su primer episodio los graves hechos que tuvieron lugar en la Málaga de entonces, 1516, cuando el rey Fernando el Católico pasó a mejor vida, el príncipe Carlos todavía no había viajado desde Flandes a España y al regente, el cardenal Cisneros, le tocó la patata caliente de bregar con la ira de los malagueños.
Lo llamativo es que este suceso, recogido en una de las cinco grandes vidrieras de nuestro Ayuntamiento, no ha pasado a la memoria popular, pese a que se trató de una rebelión de los vasallos contra los desorbitantes privilegios de un señor. Los coletazos del feudalismo. Precisamente el pasado mes de junio, en su toma de posesión como académica de número de la Academia Andaluza de la Historia la directora del Archivo Histórico Provincial Esther Cruces desempolvó felizmente este asunto en su discurso de ingreso. El caso es que se armó la de San Quintín –pese a que esta batalla fue bastante posterior– a causa de Don Fadrique Enríquez, almirante del Reino de Granada, además de almirante de Castilla.
Por el cargo, los delegados de Don Fabrique en Málaga tenían derecho a llevarse un maravedí por libra de seda, a quedarse con una parte de los moros y mercancías apresados en el mar, pero también en tierra, a cobrar tasas por el pan que salía de la ciudad…por tener tenía hasta derecho a cobrar por las anchoas que se preparaban en la ciudad y se exportaban. Además, contaba con una jurisdicción propia.
Los desaforados privilegios, confirmados por los Reyes Católicos y luego por Fernando,al morir Isabel, no gustaron un pelo a las autoridades malagueñas, que pensaban que para la ciudad recién repoblada por cristianos el desembarco de los hombres del Almirante con sus tasas supondría la marcha de muchos repobladores.
Los encontronazos entre el Almirantazgo y la ciudad fueron continuos. Dos años antes, en 1514, el lugarteniente del almirante fue encerrado en el Castillo de los Genoveses por un rifirafe con un representante público malagueño.
La muerte de Fernando el Católico en 1516 y las continuas quejas de los malagueños obligaron al cardenal Cisneros a enviar a Málaga un juez pero decenas de malagueños salieron a su paso y no lo dejaron entrar. El 25 de abril los sublevados derribaron la horca del almirante, símbolo de su autoridad, ocuparon las Atarazanas, el Castillo de los Genoveses y pusieron sitio a la Alcazaba (desde abril hasta octubre). Las aguas se calmaron cuando Cisneros envió un numeroso ejército y su capitán ocupó el puesto de corregidor de Málaga. No hubo represalias.
El almirante perdió algunos de sus privilegios y recibió una fuerte compensación económica pero no fue hasta 1538, con su muerte, cuando el Almirantazgo del Reino de Granada se extinguió con él. Los malagueños lo celebraron en masa pese a los años transcurridos desde la rebelión.