La segunda versión de la plaza de Camas, ya en marcha, podría acabar con la reedición del aumento de las temperaturas durante la Edad Media
Como recuerda el profesor Francisco Rico, un cervantista que conoce hasta la dieta baja en calorías que tomaba Cervantes en sus últimos años –cuando le quedaban seis dientes sanos y muchas ganas de escribir– un poco antes, en la Edad Media, existían cinco estaciones y no cuatro. De hecho, en abril ya se consideraba que estaban en pleno verano y poemas hay ambientados en abril en España en los que los protagonistas alivian los calores subidos a los árboles para despojarse de buena parte de la ropa y beber vino, como si estuvieran acariciados por el terral malaguita en pleno agosto. Estos versos calenturientos y otros ambientados en meses tan tempranos –lo que hoy consideramos primavera– han provocado que más de un experto se pregunte si en la Edad Media no hubo un ascenso generalizado de las temperaturas, un cambio climático como el de nuestros días.
Pero esa es otra historia. Calor, lo que se dice calor, se puede experimentar hasta límites extremos que rozan las condiciones histriónicas del concurso Supervivientes en la plaza de Camas.
En estos días el Ayuntamiento procede (el verbo proceder es el favorito de todas las notas de prensa en las que se describe una acción) a retirar los gigantescos macetones que pretendían dar el pego en este nuevo espacio de la ciudad. Y la verdad es que la lenta retirada de estos mazacotes tampoco es que haya aumentado o disminuido la temperatura de la plaza. Sencillamente se ha quedado igual, prueba de que la ocurrencia urbanística ni siquiera había propiciado demasiados «lugares de sombra», como dicen los urbanistas en su neolengua.
Los macetones habían sido una solución de tercera regional. Tantas esperanzas puestas en esta plaza, liberada ya del mercado provisional de Atarazanas –ese complejo de jaulas transformado en urinario público– que sorprendió la pachanga vegetal.
Los vecinos reaccionaron con la indignación de todo hijo de vecino y lograron que se hiciera justicia estética con la retirada de las macetas gigantes. La solución anterior había provocado el efecto medieval antes descrito de adelantar los calores del verano en primavera.
Queda por ver cómo quedará la plaza tras la reforma, que incluirá dos grandes pérgolas así como más árboles y flores. Resulta un auténtico enigma que aspectos tan obvios, acordados ahora con los vecinos del Centro, no se incluyeran en el primer proyecto para este gran espacio que tiene debajo un aparcamiento.
La plaza de la Marina, sin ir más lejos, tiene el mismo problema y cuenta en el lateral más frecuentado con una gran pérgola y hasta con una pequeña zona verde y se ha mantenido la gran fuente. Que Urbanismo no hubiera caído en la cuenta entra dentro de lo posible. Rectificar es de sabios pero también sale más caro. Todo sea por no revivir los calores medievales nada más asomen los primeros verdores de marzo y abril.
Lo de esta fallida plaza es de juzgado de guardia. Una actuación realmente ambiciosa incluiría la demolición del bloque de viviendas que quedó huérfano tras los sucesivos derribos de la vieja trama urbana. El resultado sería una auténtica gran plaza en la que se podría ubicar un auténtico parque con especies frondosas. Hablaríamos entonces de un auténtico espacio de esparcimiento ciudadano y no del erial insufrible actual.