Completa conjunción de factores sucios

21 Oct

La única solución para que los arroyos de Málaga luzcan limpios todo el año, una brigada de ciudadanos, no es para sentirse orgullosos de la gestión administrativa

Señalaba hace unos días un vecino, al hilo de una acumulación de colchones y muebles que había florecido en el cauce del Guadalmedina, que «si los malagueños nos volviéramos limpios, perderíamos los derechos adquiridos».

En Málaga se dan dos factores que, unidos, provocan que la suciedad sea una de las principales quejas de esta ciudad. Por un lado se constata que la educación obligatoria, el hecho de que todos los malagueños disfrutemos desde hace décadas de oportunidades educativas, en teoría parecidas y con el mismo programa, no ha mermado el índice de malaguitas puercos por metro cuadrado.

En una palabra, el recibir una formación parecida no ha conseguido que el civismo se incruste en los cabezos de un número muy apreciable de ciudadanos, pues tan censurable es dejar unos muebles en el Guadalmedina que utilizar la playa como cenicero, aunque las teóricas multas por estas hazañas difieran.

Por otro lado, a la falta de civismo hay que sumar la insuficiente limpieza de las calles pues la última mejora apreciable que muchos malagueños recuerdan tuvo lugar hace casi 20 años en tiempos de Celia Villalobos. De hecho, de toda su gestión política, desde alcaldesa a diputada y ministra, quizás sea de lo más destacable la mejora de la limpieza en Málaga.

Los vecinos calculan en años el tiempo que transcurre entre baldeo y baldeo de sus aceras. Pero si esta situación es tan preocupante como veterana, lo que se lleva la palma es, precisamente, la suciedad acumulada en los cauces de nuestros ríos y arroyos.

Hace un par de semanas el responsable del Ateneo, Diego Rodríguez Vargas, mostraba en las redes sociales su indignación ante la basura acumulada en el arroyo Jaboneros.

Lo que resulta incomprensible y a la vez impresentable, es que la última limpieza a fondo del arroyo haya tenido lugar hace un año, cuando ecologistas y vecinos, hartos de un paisaje ribereño que se aproximaba más a vertedero, reemplazaron en sus funciones a nuestros munícipes y limpiaron ellos mismos el cauce.

En condiciones indignas de una ciudad que rehúya las epidemias se encuentra el arroyo del Judío, el que desemboca en el Peñón del Cuervo, mientras que la desembocadura del Guadalhorce sigue dando días de gloria.

La absurda pugna administrativa entre la Junta y el Ayuntamiento provoca que los arroyos se pasen sucios –no hablamos ya con más o menos matorrales de la cuenta– 12 meses al año. La solución, una brigada de ciudadanos, no es para pegar gritos de satisfacción.

El cambio

Uno de los rótulos de la calle Amargura ha sufrido una sutil cambio, de tal manera que la letra ge ha sido sustituida por una ce y le han colocado una coma. El resultado es un consejo de salud: «Amar, cura».

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