Cuando la mirada se aparta del aparatito

9 Oct

Aquí tienen tres detalles de Málaga que sólo captaría un turista o una persona, de las pocas que van quedando, que no mate el tiempo con un teléfono inteligente

«Yo no miro adonde miras, yo te estoy viendo mirar», dice el poeta. Está por ver si estos preciosos versos de Pedro Salinas pueden tener traslación práctica en nuestros días. Cada vez más personas no miran ni adonde el otro le indica, ni siquiera al ser amado. Miran el móvil.

Sucedió ayer a primera hora de la mañana en un autobús lleno de estudiantes. La mayoría de la concurrencia, absorta en la pantalla digital, nuevo retablo de las maravillas, se perdió una escena con la que pocas veces se topa uno por la calle.

En el antiguo sanatorio 18 de julio, hoy Gobierno Civil venido a menos –con subdelegado, ni siquiera delegado, no ya gobernador– una grúa aupaba a los cielos a un par de hombres vestidos de apicultores. La pareja, de blanco impoluto y la clásica rejilla protectora en la cabeza, un modelo que ha tenido muy pocas variaciones desde los tiempos de Augusto, parecía examinar un trozo de colmena o nido rodeado por una nube de abejas o probablemente avispas que, por fortuna, permaneció en las alturas y no le dio por darse un garbeo por el autobús.

La verdad es que la incapacidad creciente por apreciar lo que nos rodea, por detenernos en detalles, hace que muchos envidiemos a los turistas que llegan a Málaga con la mirada virgen, dispuestos a dejarse llevar por una ciudad que descubren por vez primera.

De esta guisa, podemos descubrir aspectos de Málaga que ni se nos pasaban por la cabeza. Aquí hay otro ejemplo: hace unos días un grupo de turistas, acompañado por un guía, observaba con la pasión de un entomólogo el suelo de la calle San Agustín, ese mismo que el Ayuntamiento sólo se acuerda de limpiar un par de meses después de que concluya la Semana Santa y que en ese periodo luce repleto de manchas negras de cera.

El guía explicaba a los turistas el dibujo geométrico de origen árabe de la solería y les comentaba que es típico de Granada. La imagen de esos visitantes, atentos y con la cabeza gacha a un suelo centenario es esperanzadora.

Otro detalle de estos últimos días: uno de esos triciclos turísticos que recuerdan al popular medio de transporte de la India. El conductor pasea por el Centro de Málaga a una pareja de turistas y le va explicando la vida de un malagueño ilustre. No se trata de Pablo Picasso, como pensarán muchos, sino de Antonio Banderas, que hace tiempo que entró en el olimpo malaguita de la fama y somos muchos los aficionados que confiamos en que, alguna vez, rodará una película memorable en Estados Unidos.

Apicultores en las alturas del 18 de julio, la solería maravillosa de calle San Agustín y un actor tan conocido en Málaga que alterna con Picasso. Tres detalles de una ciudad viva, complicada de captar mientras se palpa, hasta la extenuación, la pantalla amiga.

Planes futuros

Una niña de unos 12 años comentaba ayer a su madre: «Cuando yo me quede preñá…».

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