Haraganes, vagos, gandules, holgazanes, perezosos, zánganos además de vivalavirgen. Aunque nos duela, todos estos adjetivos y muchos más los pueden deducir los turistas y visitantes al ver cómo los malagueños no hemos sido capaces en 230 años de concluir nuestra Catedral. Y la verdad es que tiempo hemos tenido.
Desde que los impuestos portuarios para la exportación de frutos se desviaron a finales del XVIII a la mejora de los caminos de Vélez y Antequera en lugar de a la obra catedralicia, se acabaron los dineros y no hemos dado un palo al agua en lo que a la Manquita se refiere.
Durante todo el siglo XIX esta construcción, tan alabada por Andersen («A nuestros pies se extendía Málaga, cuya imponente catedral recordaba una inmensa arca en medio de un mar petrificado y blanco de espuma») no fue capaz de eso tan cursi que le encanta decir a los políticos: aunar voluntades.
Pese a la importante concentración de riqueza en la segunda ciudad más industrializada de España, parece que las fortunas estuvieron más concentradas en hacer negocio con la desamortización que en concluir el Templo Mayor.
No nos sobró el dinero durante el siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI, los malagueños han sido testigos de goteras en la Catedral y de cómo la carísima solución de impermeabilizarla (una segunda piel la llamaban) ha sido tirar el dinero porque han vuelto a aparecer importantes grietas en lo que fue bautizado como «la quinta fachada» catedralicia. Habrá que recordar que pese a las dimensiones de esta construcción, sigue sin contar con un tejado.
El obispo de Málaga, Jesús Catalá, ha vuelto a mostrar su deseo de que la Catedral se termine algún día y si puede ser, a lo largo de este siglo.
Es de suponer que alguna de estas décadas veremos por fin crecer brotes verdes y cómo estos se transforman en bosques, aunque sean de bonsáis, así que la Catedral se podrá concluir. Así, dejará de contribuir a la imagen de ciudad indolente, la Málaga del vuelva a usted mañana que no concluye lo que empieza.
Uno trata de entender a los partidarios de que la Manquita continúe detenida en el tiempo, con todas sus unidades constructivas inconclusas, pero siempre surge el ejemplo de los alemanes de Colonia que, después de 350 años de parón constructivo y con sus dos torres inacabadas, en el siglo XIX reunieron dinero para terminar la obra y hoy la Catedral de Colonia es Patrimonio de la Humanidad.
Las únicas construcciones sin terminar que merecen la pena son las de Pompeya: muchos edificios de la ciudad estaban siendo reconstruidos a causa de un terremoto que tuvo lugar 16 años antes. Cuando se produjo la erupción del Vesubio todas estas casas fueron sepultadas a medio hacer, aunque la intención de sus propietarios siempre fue terminarlas.
La Catedral de Málaga definitivamente no nos deja en buen lugar a los malagueños. Acabarla sería un acto de justicia para los cientos de artesanos y obreros anónimos que trabajaron en ella. Ya lo dice el proverbio latino: El fin corona la obra.