Quien no se consuela es porque no quiere

19 Jun

El lamentable derribo hace dos años de uno de los primeros edificios de la Alameda ha dejado un solar con vistas al edificio del reloj de la calle Panaderos

La magnífica Guía histórico artística de Málaga dirigida por la la académica de San Telmo Rosario Camacho, en la edición de Arguval de 1992, se está convirtiendo en un paseo virtual por una Málaga desaparecida en buena parte,y eso que sólo han pasado 20 años.

Muchos pensábamos que con los horrores que nos dejaron los años 60 y 70 la ciudad había quedado saciada de engendros y demoliciones sin sentido. No fue así, la ola de estulticia urbanística de este arranque de siglo se cobró importantes piezas del patrimonio de Málaga. La orgía merdellona de ladrillo y billetes vivió una segunda edad de oro tan dañina como la anterior y ahora bien que pagamos por ello.

En el paisaje tras la batalla quedan heridas que, sin embargo, nos han deparado sorpresas porque quien no se consuela es porque no quiere.

En febrero de 2011 demolieron un estupendo edificio de finales del XVIII en plena Alameda, en el número 22, haciendo esquina con la calle Torregorda.

Con la salvedad de un espantoso añadido haciendo de cuarta planta, se trataba de uno de los primeros edificios que acompañaron el ilusionante nacimiento de la Alameda y, pese a este innombrable añadido, la profesora Charo Camacho lo había incluido en su guía histórico artística. La asociación Málaga Monumental también destacó su valía cuando estaba siendo reducido a polvos de talco.

Como mal menor, en su lugar hoy florece un solar que cumple dos funciones muy higiénicas. En primer lugar, ha dejado campo visual al bellísimo edificio que hay detrás, en la calle Panaderos, conocido como el edificio del reloj.

Un indiano malagueño del Siglo de las Luces dejó constancia de su paso por América con preciosas pinturas murales en las que podemos ver tiendas de indios y hasta una serpiente de mar, que simboliza los peligros de los viajes marítimos.

En segundo lugar, por el solar ya despuntan los primeros arbustos y recuerda a esos jardines de aclimatación que pululaban en la Málaga del pasado (el famoso jardín de Badía en la zona de la explanada de la estación o el que plantaba sus reales por la Victoria), que se utilizaban para aclimatar las plantas venidas de América.

Pero además, con su crecimiento imparable es como si estos arbustos quisieran tapar la mediana de uno de los edificios más tremebundo de la ciudad, el número 20 de la Alameda Principal, auténtico crimen arquitectónico contra la Humanidad, un anodino gigante de 10 pisos que parece metido con calzador y que mira por encima del hombro a la actual sede del Gobierno andaluz. Ustedes no se lo creerán pero es muy posible que ni el propietario original de esta afrenta a Málaga ni el arquitecto pagaran esta mancha en sus respectivos currículos con algún tipo de trabajo para la comunidad.

Ciertamente es este edificio el que debía haber sido demolido para la mejora general de la ciudad en lugar del vecino pero, consumada la desgracia y ya puestos, el solar resultante nos regala la vista del edificio del reloj. Que sea por muchos años.

Una respuesta a «Quien no se consuela es porque no quiere»

  1. La calle y la plaza son los elementos básicos en una ciudad, y se puede considerar a la plaza como la primera creación humana de un espacio urbano.
    El diccionario define a la plaza como un espacio exterior de convivencia pública. En estas palabras podemos reconocer su historia: el ágora, como órgano vital y encuentro de los ciudadanos libres de la polis; los foros romanos, rodeados por imponentes edificios; las deliciosas plazas medievales, orgullo de cada ciudad y marco de los acontecimientos y manifestaciones de sus habitantes; las sorprendentes y equilibradas plazas del Renacimiento, surgidas de exactas relaciones tridimensionales; las plazas reales, con su arquitectura unificada; la plaza romántica.
    Pero las grandes ciudades del mundo occidental han quedado segregadas de la naturaleza a partir de la Revolución Industrial. Ello obliga a crear nuevos espacios urbanos donde el verde cumpliera un papel protagónico. El parque público se difundió durante el siglo XIX .
    El arquitecto paisajista es percibido como un verdadero ordenador del espacio, un creador de espacios de uso humano.
    El parque urbano es la respuesta más completa que puede plantearse el individuo dentro de la ciudad. Al mismo tiempo que son espacios de recreación, han de constituir masas arboladas que integren la naturaleza a la ciudad y contribuyan al aporte de oxígeno. Posibilitan aislación de la vida urbana y convivencia y recreación de sus ciudadanos.
    Pero todo esto se ha venido al garete a partir de la mitad del siglo XIX. La especulación urbanística, las arcas municipales ávidas de mayores ingresos, posibilitó y posibilita toda suerte de especuladores y políticos corruptos que han hecho de la ciudad y sus ciudadanos el mayor destrozo de toda su historia.

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