Mirador de Gibralfaro:  mejor ni mirarlo

16 Abr

Ustedes disculpen el facilón titular de hoy, pero a fin de cuentas Messi dejaría titulares mucho más predecibles. No obstante, si ustedes han tenido la desdicha de subir al monte Gibralfaro y acercarse a su mirador, quizás hayan llegado a la misma conclusión que quien escribe.

A un servidor se le ocurre, en estos tiempos de crisis, que el Ayuntamiento debería colocar unos biombos para impedir que los turistas siguieran accediendo a un rincón tan ajado, olvidado de todos los planes de turismo, ya sean sostenibles o sin apuntalar.

Lástima que nuestras autoridades turísticas suelan dar las ruedas de prensa en llano y no sientan la curiosidad de subir hasta estas alturas, con lo bien que les sentaría el ejercicio cardiovascular.

Además, arriba les esperaría un mirador digno de recuerdo, aunque sea un recuerdo malo, porque parece arrasado por dos de los cuatro jinetes del Apocalipsis (tampoco hay que exagerar).

El sentimiento de desolación se acrecienta si uno acompaña a un grupo de turistas alemanes a una hora nada tempranera como las 10.30 de la mañana de ayer lunes, y descubre, desparramados por el mirador, los restos de una suerte de competición entre forofos de la gula, porque hay tantos vasos de plásticos tirados como paquetes de comidas con su contenido desperdigado, sin olvidar sospechosos pedazos de papel higiénico ondeando entre las flores.

Y cierto que sorprende que, a esa hora ya tan transitada, el mirador esté hecho unos zorros, pero ni siquiera encontrándose el suelo impoluto abandonaría a quien pisa el balcón la sensación de que nadie se ocupa de él desde la llegada al poder de Godoy.

Poco queda de la plancha de metal con las vistas en relieve de la ciudad. No sólo está descolorida sino también repleta de pintadas («amo a mi niño Oliver», «cómeme el» –el resto, afortunadamente, está borrado-).

A su lado hay una especie de fuente en estado de derribo, pero al aproximarnos a ella, descabezada y también atiborrada a pintadas, descubrimos que son los restos del binocular panorámico con el que los turistas enfocaban hasta la extanuación la plaza de toros de la Malagueta.

Detrás, hay una especie de artístico monolito adornado con lascas de piedra de pizarra, también cuajado de pintadas blancas y azules, realmente vistosas. Algunas están fechadas en marzo de 2012. Y de rojo y blanco, frente al mirador, es una pintada tribal sobre unas supuestas brigadas. La superposición de más tonterías, felizmente, impide leer la pintada completa pero la sensación general es la de un entorno intensamente sucio por esta profusión de memeces con espray.

En suma, uno de los lugares más visitados y fotografiados por los turistas y por el que parecen haber pasado los ultrasur. No lo miren mucho. Por desgracia.

Y mirada exótica

La semana pasada hablamos de una turista japonesa, sorprendida por el, para ella, exótico ruido de las ambulancias malagueña. También hay que decir que no paró de fotografiar, en el trayecto del autobús del aeropuerto, los balcones con ropa colgada.

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