De la conversión de un gaditano con esencia

28 Mar

Alguna vez hemos hablado del impacto que la Semana Santa tiene en los visitantes y extranjeros. Pensemos en nosotros mismos, transportados por arte de magia a una ceremonia balinesa de dioses y demonios y captaremos el grado de exotismo que para un trío de japoneses, como el visto por un servidor el pasado Lunes Santo por el Centro, supone la Semana Santa de Málaga.

Añadamos que la Semana Mayor actual es una reinterpretación de las claves barrocas y tendremos una idea del gazpacho histórico y estético que supone para muchos extranjeros.

En lo que insisten muchos de ellos es en la intensidad del ruido. No están acostumbrados a un despliegue religioso con tantos decibelios, por eso, no hay que extrañarse de que en la plaza del Siglo, una pareja de veteranos turistas alemanes contemplara el paso del trono del Cristo de la Pasión con tapones en los oídos, y eso que es una de las cofradías más discretas, así que no sabemos si usaron orejeras aislantes acústicas para ver el Cautivo. En todo caso, pensemos en Julio Camba quien, hace un siglo, ya previó la reacción de los alemanes ante espectáculos grandiosos. Seguro que esta pareja de visitantes germanos, pese a los tapones, dijo eso de «colosal» al ver nuestras procesiones.

Pero hoy hablaremos de un caso de auténtica reconversión y caída del caballo camino de Damasco. Se trata de Javier, un joven gaditano que lleva un año viviendo en Málaga.

La pasada semana, en una tertulia en El Palo, examinaba desde el punto de vista del tamaño las semanas santas de Andalucía, señalando que las prefería en tarros pequeños, puesto que conservan siempre las mejores esencias, de ahí que ponderara los pasos de Sevilla y Cádiz, nada que ver con algunos de nuestros buques escuela, auténticas catedrales andantes.

Su opinión, claro, es muy respetable, pero el problema es que este gaditano no había visto todavía ninguna cofradía de Málaga al pie de la calle (los francófilos, que son legión en la ciudad, escriben eso tan cursi de a pie de calle, qué le vamos a hacer).

Así pues, para poner remedio tuvo ocasión de ver las procesiones del Lunes Santo. En concreto, contempló Estudiantes y El Cautivo por la plaza de Arriola y Gitanos por la Alameda. Y fue ver estas tres cofradías y los tarros pequeños para las esencias se hicieron añicos. Le bastaron un par de horas para concluir que la Semana Santa de Málaga es la que más le gusta de todas las que conoce, hasta el punto que al día siguiente, Martes Santo, salió solo a disfrutar con las grandes esencias de la Cofradía del Rocío.

Por cierto que el paso de esta cofradía por la doble curva de La Opinión (Echegaray, Granada, Méndez Núñez) se ha convertido en uno de los rincones más emocionantes del Martes Santo. Un año más, desde la sede del periódico cayó una intensa lluvia de pétalos sobre el trono de la Virgen del Rocío, acompañada por los sones de Los Campanilleros. Lástima que este gaditano se perdiera el espectáculo. De haberlo visto, el año que viene ya se hacía hombre de trono.

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