Nada más entrar, desde una vitrina iluminada con una luz tenue nos contempla un diminuto rostro de arcilla. Nariz superlativa, ojos cerrados con fuerza, barbilla que parece querer escaparse del rostro. Fue modelado en tiempos de la Roma imperial y hoy nos muestra sus rasgos desafiantes, cómicos, pero también inquietantes y terribles con el mismo desparpajo que hace muchos siglos.
El mismo repertorio de defectos, adecentado con repliegues casi geológicos de la piel, podemos admirar en un dibujo de Leonardo Da Vinci que muestra dos rostros en la plenitud de la vejez.
Estas y otras muchas maravillas encontraremos en El factor grotesco que, a juicio de este humilde firmante, es la exposición más brillante, atractiva y completa de las realizadas hasta la fecha en el Museo Picasso.
Un trabajo ingente que explora una de las facetas artísticas más polémicas y a veces, menos valoradas, quizás porque, lo grotesco, además de retratarnos con crudeza, el contemplar su resultado nos provoca un catálogo demasiado amplio y confuso de sentimientos (miedo, risa, repulsión, atracción…).
Cuando los pintores renacentistas bajaron con antorchas y cuerdas para explorar el interior enterrado de la Domus Aurea, el palacio de Nerón, con habitaciones que recordaban grutas (de ahí lo grotesco), se quedaron maravillados por los frescos de sátiros y criaturas imposibles. Un universo de fantasía luego reinterpretado por maestros como El Bosco o Bruegel, presentes en la exposición. Así que prepárense para viajar por mundos oníricos, con mujeres casa, calamares gigantes que zarandean barcos o ese sueño que produce monstruos de Goya.
Y no se pierdan al alemán Franz Xaver Messerschmitt, un escultor del XVIII cuyas obras han dejado los palacios vieneses del Belvedere para asombrarnos con sus bustos en los que se reproducen gestos faciales exagerados.
Todas las facetas de lo grotesco, que son legión, aparecen aquí. Así que no falta el realismo social de Hoggarth, que nos abre la puerta al Londres tumultuoso y sucio del siglo de las Luces; las feroces caricaturas que padeció el rey pera francés Luis Felipe; el gran Bagaría, el mejor caricaturista español del XX; las ensoñaciones de Dalí y de Magritte o una de las famosas reinterpretaciones del retrato de Inocencio X de Velázquez hecha por Francis Bacon.
Y por supuesto, la exposición cuenta con un Picasso grotesco y radicalmente abstracto en un año tan lejano como 1928, cuando su contemporáneo Solana veía la realidad española con el mismo cristal deformado que Valle Inclán.
También encontraremos un inolvidable grupo escultórico de Juan Muñoz, un genio fallecido en la cúspide de su carrera, y el insólito caso del pintor e ilustrador malagueño Francisco Sancha Lengo, un artista formado en Londres y París que se autorretrata pintando a una dama de negro que para cabra es fea. Por contra, la señora, que como contraste tiene a su lado un réplica de la Venus de Milo, aparece plasmada en el lienzo cual bellezón.
Otra obra de Sancha Lengo, mucho más transgresora, nos da la clave de por qué no abundó en los apacibles salones de la burguesía malagueña del XIX y siguientes. Grotesco. Felicidades.