En España han sido muy habituales los homenajes póstumos. La talla de una persona suele ascender más que el Curiosity de Marte en cuando se pone a criar malvas. Uno de los ejemplos más sangrantes lo tenemos con el arquitecto madrileño José González Edo, quien a su muerte, en 1987, recibió la medalla de oro de la ciudad.
De su trabajo en Málaga hay que decir que fue un torrente de sentido común y que puso las bases de un ciudad urbanísticamente civilizada, oponiéndose al desmadre en que se convirtió el crecimiento urbanístico de la Carretera de Cádiz. También propuso hace 60 años respetar los edificios de más valor histórico y artístico de Málaga y logró desmantelar el barrio de la Alcazaba, el paso previo para su recuperación. Fue además el autor del cine Albéniz.
En una ciudad sujeta a oleadas continuas de vandalismo urbanístico –llámese el boom del turismo del siglo XX o la burbuja inmobiliaria del paso al XXI– qué distinta habría sido Málaga de haber seguido las pautas sosegadas de este madrileño, a quien le habría horrorizado ver cómo el hotelón de Moneo conseguía imponer sus impresentables hechuras en el Centro Histórico.
Pero si un homenaje póstumo al menos es un homenaje, la calle que la ciudad le ha dedicado no deja de ser la respuesta al enigma: por qué en Málaga no prosperaron las tesis de este centrado urbanista.
Pues sólo hay que visitar la calle Arquitecto González Edo, en la Trinidad. Más que calle es una callejuela que Usain Bolt tardaría dos brincos en recorrerla. Desemboca en la calle Mármoles y parece diseñada a propósito para lograr el escarnio espiritual del arquitecto madrileño ya que es un parque temático de todo lo que este hombre combatió.
A pesar de sus escasos 60 metros de largo, tiene tres solares primorosos de los que crían bacterias desde que el mundo es mundo. También hay una vivienda de dos plantas retranqueada (menos da una piedra), y una casa de siete plantas al lado de otra de tres. Esta disparidad tan malagueña, a un servidor le recuerda la casa de Jacques Tati en la película Mi tío, un espacio caótico lleno de escaleras que suben y bajan.
La calle dedicada a González Edo es como la casa de la comedia, trozos de retales urbanísticos para crear un vial tipo Frankestein con un poco de todo. Y como tiene de todo, en el suelo el paseante también encontrará suelo adoquinado pero repellado en algunos rincones con chinos.
De uno de los solares, presidido por una fachada a medio derruir, cuelga un cartel descolorido (y próximo al año en que triunfó la polka) del Patronato Municipal de la Vivienda, organismo que no existe ya. Como ven, la calle Arquitecto González Edo está a la última. Un prohombre con unas ideas tan peligrosas mejor tenerlo en el callejón del olvido.
El otro mocito feliz
Utilizando una comparación local, el diputado Sánchez Gordillo, con sus apariciones cada vez más cansinas se está ganando el apodo de el Mocito Feliz de Izquierda Unida. Con su forma de ver la vida, mejor estaría en el Museo Arqueológico Nacional que en el Parlamento de Andalucía.
Sí, señor Alfonso, hay que ser incompetente y tener poca vergüenza para mantener una calle en ese estado y, además con el nombre de ese caballero don José González Edo. Homenajes así, podrían ahorrárselo.
Por lo demás, en mi opinión, el señor Sánchez Gordillo merece poca crítica, más bien muchas alabanzas.
Un saludo, y muchas gracias.