Desde el punto de vista informativo, Málaga suele ofrecer una catarata de ruedas de prensa que dormirían a una momia. Raro es el día en el que algún político no hace un balance de su negociado, un ejercicio de transparencia en el que dominan las palabras kilométricas, ignotas y redichas que, bien repartidas, ejercen en el auditorio que las escucha el mismo efecto que una canción de cuna.
Un ejemplo clásico lo tenemos en el alargamiento de los verbos. Mientras las personas normales –sin taras lingüísticas– se limitan a «hacer cosas», cada día hay más departamentos, áreas y hasta comisarías de policía que «proceden a acometer», «proceden a realizar» y «proceden a hacer» cosas. Ganas de no terminar las frases a tiempo.
Pero no todos son actos plúmbeos. Esta misma semana, un organismo con un historial de actos algo somnoliento como la Diputación ha tenido la feliz idea de bautizar su auditorio con el nombre de Edgar Neville, invitando al evento a la familia del homenajeado. La noticia se la dio a un servidor la semana pasada José María Torrijos, un incansable agustino y hombre de teatro, gran conocedor de Neville y sus ilustres amigos.
El firmante felicita sinceramente a la Diputación por esta feliz idea y justo es reconocer que en el homenaje a este todoterreno de las artes, algún papel habrá jugado el Instituto Municipal del Libro, que, no hace muchos años, publicó Universo Neville un magnífico estudio sobre este malagueño de vocación y hombre de mundo, que sin duda ayudó a conocer mejor su trabajo.
Y es que don Edgar, a pesar de que su matrimonio con Ángeles Rubio-Argüelles fue tan fugaz como el paso del AVE, echó raíces sentimentales en Málaga para siempre.
Este digno representante de la otra Generación del 27, la de ese grupo de geniales hombres tocados por el ingenio como Mihura, Jardiel, Tono o López Rubio, fue además uno de los artífices del éxito de la Costa del Sol y las palabras que dedicó a la capital y a su zona turística siempre fueron elogiosas y llenas de esperanza, algo que podemos comprobar en Mi España particular, su heterodoxo viaje en coche por la península en el que como buen dandi sólo recomendó los hoteles más caros y las comidas más refinadas y suculentas.
Pionero de los españoles que marcharon a Hollywood (en los años 30), escritor rompedor (ahí está Producciones García S.A.), director de cine a medio camino entre Lubistch y Almodóvar, diplomático, torbellino intelectual y experto en disfrutar de la vida, Edgar Neville se merece este reconocimiento y de hecho, allá en lo alto, en la otra dimensión, este aristócrata de la existencia estará brindando y cenando a su salud. Es su particular manera de dar las gracias por este afortunado detalle institucional.
Color
La crónica de hoy, protagonizada por don Edgar, comparte por ello las ganas de vivir y esa función de dispensadora de alegría de Olga, que llenaba de color las ruedas de prensa más grises. Va por ti.