Andalucía es una unidad de destino en el desempleo. Por encima de entelequias sobre las naciones, las patrias y los territorios –el deporte favorito de dos de las comunidades autónomas más pudientes– ahora mismo lo que más nos une a los andaluces es haber perdido el empleo o el temor a perderlo.
Aboguemos por el estado de las autonomías, el federalismo o una reedición del centralismo francés, el paro marca en este comienzo de siglo nuestras esencias, mal que nos pese.
Pasaron los tiempos románticos en los que el autonomismo iba a sacarnos del atraso secular, a apartarnos de la Andalucía del latifundio y el analfabetismo y a quitarnos los sambenitos de la vagancia y la charanga.
Y no se vayan a creer, ese romanticismo y esa ilusión colectiva funcionaron en buena parte porque en 30 años Andalucía ha dado un paso de gigante.
Lo malo ha sido que la siguiente zancada gigantona nos ha cogido con el paso cambiado, hundidos hasta la cintura en un paisaje de urbanizaciones vacías, prestidigitadores de la Consejería de Empleo y una administración autonómica a rebosar de políticos profesionales y robotizados, incapaces siquiera de comunicarse en el español de la calle. Y lo que es peor, con un motor vital que, en muchos casos, se fundamenta en que el partido les asegure, para las próximas elecciones, un puesto de trabajo.
En estos momentos, tras tres décadas de gobierno monocolor, entre muchos cargos socialistas existe un horror vacui a caer en el abismo de la oposición. Lo ideal sería que esta, después de tres décadas predicando en el desierto, no se limitara a sustituir la gigantesca maquinaria autonómica por adheridos inquebrantables, sino que la aligerara y modernizara y de paso, hiciera limpia en los sótanos del poder, suponiendo que finalmente gane.
De cualquier manera, difícil papel para una clase política que casi por entero ha perdido la noción de dedicarse a la gestión pública de forma temporal. Cuando lo que está en juego es trabajar en política hasta la jubilación, sin pensar en los riesgos de la empresa privada, el trabajo autónomo o en la dureza de unas oposiciones ganadas a pulso, a veces la vocación se diluye y aflora el instinto de supervivencia.
Con este panorama, estamos creando nuevas generaciones (y juventudes) de androides obedientes, callados engranajes de una maquinaria que les supera y les resta creatividad e iniciativa y hasta les uniforma la (pobre) manera de expresarse.
Después de 30 años sin novedad en el frente, uno no querría pasar al otro barrio sin conocer cómo es eso de que gobierne otro partido en Andalucía, pero si ese cambio se queda sólo en un recambio de nombres y no se aligera y moderniza nuestra burbuja autonómica, de poco servirá la novedad. Demos un margen de confianza… si es que al final vencen los que todo el mundo dice que vencerán.
Deterioro postal
La sede de Correos, junto al Guadalmedina, sigue, cuesta abajo y sin frenos, el descenso a los infiernos del abandono.