Virgilio y las gaviotas del Cortijo Jurado

9 Feb

Cuentan de Virgilio, el poeta romano, que era grande, moreno y feo y que aborrecía de la fama hasta el punto de esconderse en una tienda si alguien lo reconocía por la calle.

Con estos mimbres, difícilmente habría triunfado en un reality show de nuestros días pero para compensar, dejó libros preciosos como uno dedicado a las cosas del campo, a la forma de arar la tierra y sacarle provecho por el que desfilan tormentas, cosechas, árboles, abejas, dioses y pájaros.

El autor de estas líneas se acordó de este romano grandón y feo ayer, cuando contempló a unas cien gaviotas montando guardia en un campo arado de Campanillas. Organizados en prietas filas, los pájaros blancos estaban colocados en los surcos profundos, como trincheras de la batalla de Verdún.

Firmes y en perfecta formación, el viento helado movía sus plumas pero las gaviotas permanecían impertérritas, tiesas en una guardia campestre bañada por el sol.

¿Habían dado buena cuenta de las semillas o estaban rescatando el buen nombre de Málaga y sus Fiestas de Invierno?

Luego surgió ante el firmante otra posibilidad: el sembrado con gaviotas estaba pegado al desdichado Cortijo Jurado, que a pesar de haber sido construido en el siglo XIX, no deja de ser, en ese páramo cruzado por carreteras, un monumento no deseado a la burbuja inmobiliaria.

El autor de estas líneas todavía conserva el proyecto que iba a convertir esta joya arquitectónica en decadencia en un boyante hotel con piscina y club social. Fruto de esas buenas intenciones es la estructura de hormigón para las habitaciones, que desde hace unos años escolta este precioso cortijo.

Un miembro de la familia Grund –por una vinculación doble con los Heredia que fueron propietarios de esta mansión– conserva una foto tomada quizás a finales del XIX del edificio. La instantánea muestra una construcción espléndida, en su mejor momento, acompañada de árboles y una pléyade de chumberas.

El aspecto que presenta en nuestros días evidencia que bien puede estar en la recta final de su existencia si nadie lo remedia.

La esquelética estructura, con ese campanario de la capilla que parece sostenerse de puro milagro, está jalonada de placas metálicas, quizás para impedir que siga siendo un pasen y vean de buscadores de enigmas y ectoplasmas. Desde la carretera, esas placas parecen tiritas plateadas que se aplican como único remedio a un enfermo al que le quedan dos telediarios (y acaso unos minutos de Saber y Ganar).

El esmirriado catálogo municipal de edificios protegidos sí tiene a bien incluir este cortijo que lleva el apellido de la última familia propietaria, los Jurado (los Heredia vendieron la finca en 1925). La protección arquitectónica del Ayuntamiento es la máxima pero como comprueban los testigos de esta ruina anunciada, se trata de papel mojado.

Las gaviotas, blancas vigías del Cortijo Jurado, un fenómeno que habría encantado a Virgilio, son ahora las únicas garantes de que, si algún día se desploma, el estrépito les hará levantar el vuelo en violenta estampida. Será entonces cuando caigamos en la cuenta.

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