De la cara de acero prusiano de Tristán y Cía

8 Feb

En la película Un día de furia un ciudadano normal y corriente se transforma en un basilisco y a partir de ahí, en un ciudadano justiciero poco recomendable.

Entre ponerse amarillo cientos de veces y emular a Michael Douglas arrasando el mundo con un bate de béisbol hay un camino intermedio que, por lo menos, puede poner rojos de vergüenza a los más espabilados del lugar.

Ayer hablábamos del vecino de Los Palomares que se pasa las mañanas recorriendo Málaga en autobús, la forma más barata de viajar y combatir la soledad, habida cuenta de que la tarjeta de la EMT, por el reducido salario que percibe, le sale gratis.

En el autobús no siempre se viven escenas tan gratas como esta. Una de las más repetidas es ese momento en el que el más listo, que no el más sabio, se salta una cola kilométrica y entra en el transporte público con la misma gracia y poderío que la reina Isabel de Inglaterra en la apertura del Parlamento.

Eso mismo ocurrió ayer en la parada de la línea 11, delante de la iglesia del Palo. Un par de turistas alemanes, de unos 50 años, con aspecto de inofensivos patriarcas de una familia de Los Alpes llegaron a la parada en la que aguardaban el autobús unas 15 personas.

Con aspecto despistado, hicieron una primera aproximación a la cabeza de carrera (tete de la course) consultando el horario, para ponerse a continuación a vagabundear arriba y abajo de la cola.

Coincidencias de la vida, fue llegar el autobús y el grupetto germano esprintó hasta encabezar, para sorpresa de todos, el pelotón.

Algún tipo de daño psicosomático debía haber recibido esta pareja de zangolotinos, que hizo oídos sordos a las imprecaciones del pasaje –a los que se sumó el autor de estas líneas– y eso que los usuarios indignados, primero se expresaron en español pero como seguía la sordera germánica, luego en inglés y finalmente hasta se escuchó algún descalificativo en alemán y eso que esta pareja de espabilados pensaba que nadie iba a protestarles y mucho menos en su idioma natal.

El resultado fue que el dúo de Tristán e Isolda venido a menos, a pesar de exhibir un rostro cincelado en duro acero prusiano, dejó entrever cierto sonrojo moral y durante unos segundos las pasó canutas.

Uno de los sambenitos del andaluz es el de ser una persona pícara y espabilada –una suerte de director general de trabajo plenipotenciario, con capacidad para hacer de su ERE un sayo–.

Está bien que a caraduras de cualquier punto del globo los malagueños de a pie les muestren la diferencia entre el tópico y la realidad. En Málaga, como en cualquier otra parte, no hace ni pizca de gracia que alguien se cuele en el autobús por su cara bonita. Ni siquiera cuando son, como ayer, dos caras de cemento armado.

La pregunta

Insegura pintada en la calle Marquina, en Huelin: «Te amo ¿y tú?»

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