Las interioridades del puerto de Málaga sólo son comparables con el laberinto que el rey Minos mandó construir en Creta. Cada vez que se da una noticia sobre este ignoto territorio, abierto parcialmente a la ciudad, los periodistas debemos desplegar el plano portuario para intentar localizar cosas tan raras como el muelle 7 para graneles o el mismísimo muelle de Cánovas, pues en Málaga, tierra adentro, sólo se conoce el Muelle de Heredia.
Otra mínima parte con la que los malagueños de a pie se familiarizaron fue con el morro de Levante, fundido hoy con la nueva estación marítima. El morro o dique de Poniente, por contra, sólo alcanzaban a otearlo quienes acudían al morro vecino a pescar o a intimar con su pareja.
El caso es que el anuncio de su eliminación ha vuelto a recordarnos la productiva capacidad de autodestrucción de esta ciudad y cómo todos los partidos, en todas las épocas, han potenciado nuestra imagen –cada más desfasada por esto de la crisis– de nuevos ricos con escasa conciencia del valor de las cosas antiguas.
Pero, admitida ya la tropelía por la dificultad de maniobra de los barcos y dando por hecho que en Málaga un vestigio del puerto de finales del XIX tiene menos futuro que Diego Buanotte (o un servidor) en la NBA, también hay que precisar que no todo el dique se irá a freir espárragos.
Aunque ha habido rumores en internet de que el final del morro iba a emplazarse en una glorieta en San Andrés, la Autoridad Portuaria informó esta semana a esta sección de que el remate del dique, faro o linterna incluida, se trasladará finalmente a la parte portuaria de la desembocadura del río Guadalmedina, donde irá el futuro puerto pesquero.
Esta pequeña parte superviviente de los 200 metros finales del difunto dique podrá avistarse, suponemos, desde el puente del Carmen o el dedicado a Antonio Machado, aunque será complicado con el, por otra parte, hermoso puente del ferrocarril del puerto.
El trozo del morro seguirá presidido por la pequeña y característica torre de señalización, hecha de fábrica y de unos tres metros y medio de altura. Esta torrecita es algo más de medio siglo más joven que el Puerto de Cánovas, ya que este se concluyó en 1897 mientras que el proyecto de las torres coronadas con sus linternas para sendos morros es de 1950.
Como es lógico, estaban situadas en la entonces entrada del puerto y se diseñaron para lanzar 60 destellos por minuto. Las linternas, de cobre y bronce, tenían un sistema de alumbrado con acetileno.
El mini traslado no es, ni mucho menos, la situación ideal, pero si echamos la vista atrás y repasamos el catálogo de perrerías realizado al patrimonio de Málaga en el último medio siglo, coincidiremos en que algo es algo y mejor tener un diquecito que una montaña de escombros.
Las asociaciones en defensa del patrimonio apostillan sin embargo que en esto del puerto, mucho morro es lo que hay. Nadie puede negarlo.
Algún día, Alfonso, cuando en Cátedras de Periodismo se estudie la Ética y sus enormes e íntimas relaciones con la Estética en el Periodismo, ¡cuántas de tus pateadas Crónicas de esta ciudad podrán servir de ejemplo!
Un cordial abrazo, y hasta vernos de nuevo.